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Actualizado: 7 de junio de 2025
Recuerdo que, dos años há, mi amigo Eduardo Bustillo, el inspirado cantor de nuestras glorias nacionales, delante de una escena idéntica á la que voy describiendo, desde el mismo sitio, acaso sobre la misma piedra que yo, lloró con su alma las penas de las pobres familias á quienes una leva sumía en el abismo de todos los dolores, y puso en labios de una esposa desvalida estas palabras sencillas, pero tiernas y elocuentes: «Mi pobre niña inocente el amor perdido siente.
Así como se hallaron sobre el entarimado y cerradas convenientemente las trampas, dieron comienzo, como es lógico, a una danza fantástica; pues bien sabido es de antiguo que no pueden estar juntos cuatro demonios sin entregarse con furor al baile. Los espectadores seguían con extremada curiosidad sus vivos y acompasados movimientos. Un chiquillo lloró. El público obligó a su madre a que lo sacase.
No lloró Juanita, porque tenía muy hondas las lágrimas y rara vez lloraba; pero con acento conmovedor y apasionado les rogó que se callasen sobre lo ocurrido, prometiéndoles que en el término de seis meses ella les daría los ocho mil reales que el forastero se había llevado. Contaba para esto con la voluntad de su madre, de la cual estaba cierta de disponer como de su propia voluntad.
37 Entonces hubo gran lloro de todos; y echándose en el cuello de Pablo, le besaban, 38 doliéndose en gran manera por la palabra que dijo, que no habían de ver más su rostro. Y le acompañaron al navío. 1 Y habiendo partido de ellos, navegamos y vinimos camino derecho a Cos, y al día siguiente a Rodas, y de allí a Pátara. 2 Y hallando un barco que pasaba a Fenicia, nos embarcamos, y partimos.
El poeta lloró otra vez, besando á su ahijado. Ya no vería más á este coloso que parecía repeler sus débiles abrazos con el fuelle de su respiración. Ulises, ¡hijo mío!... piensa siempre en Valencia... Haz por ella todo lo que puedas... Ya lo sabes. ¡Siempre Valencia!
Yo no sé donde he estado; que en ti no puede hallarse quien pretende ausentarse del noble nacimiento; pero sin duda siento que estoy en vos; pues miro que ni lloro, ni peno, ni suspiro. . . . ¡Oh soledades santas de la vida dichosa, gusto, placer, descanso i alegría! ¡Oh vejetables plantas de la edad presurosa, recreo, pasatiempo y compañía! ¡Oh fuentecilla fria que murmuras ufana, no como cortesana, á todos me consagro; y pues sois el milagro mayor de mi sosiego, goce yo vuestra paz y muera luego.
Al fijarse sus apagados ojos en aquel montón de cabecitas rubias y negras, que atentamente le miraban, apiñadas y expresivas como los angelitos de una gloria de Murillo, comenzó a balbucear, y las lágrimas le cortaron la palabra. ¡No lloro porque os vais! pudo decir, al cabo . ¡Lloro porque muchos no volverán nunca!...
La Reina no tardó entonces en reprender severamente a su dama favorita. Doña Sol se arrepintió, lloró y prometió enmendarse.
Sí, señora.... El día del bautizo. ¡Angelito! Lloró bien cuando le pusieron la sal y cuando sintió el agua fría.... ¡Ah! Desde entonces ha crecido una cuarta lo menos y se ha vuelto hermosísima. Y alzando la voz y esforzándose, añadió: ¡Ama, ama! Traiga la niña.
Y se levantó, del brazo de ella. Es que sé lo que tiene triste a Lucía. Déjame ir. De ningún modo vayas. Es por el bien de todos. Fue, tocó, entró. ¡Ana! Ana, casi lívida y tendiendo los brazos para no caer en tierra, estaba de pie, en la puerta del cuarto oscuro, vestida de blanco. Cierra, cierra. Se habló mucho, se oyeron gemidos, como de un pecho que se vacía, se lloró mucho.
Palabra del Dia
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