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Actualizado: 25 de noviembre de 2025
¡El demonio no te llama Isabel!... ¡El demonio te llama voz de mentira, cuervo de ingratitud, sierpe de hipocresía, brasa de lujuria!¡Sólo la santa de quien fuimos verdugos te llama Isabel! ¡Ay, para ella todos éramos sus hijos!... ¡Pero Satanás no tiene en los labios el amor de aquella boca ya muda!... ¡Isabel, tú para mi te llamas remordimiento, y esa bruja, bruja!
Déjase ver esta diosa con rostro resplandeciente; transfigurándose en ángel de luz; los dioses aparecen horribles y sucios; la cabeza y el rostro de color de sangre, orejas de jumento, la nariz chata, ojos en extremo grandes, de que despiden ardientes llamas, los cuerpos de color resplandeciente; el vientre le ciñen vívoras y dragones.
Y Álvaro me contestó muy triste, ya sabes qué cara pone cuando habla así, me contestó: «Pche... para amoríos basta el verano. El invierno es para el amor verdadero. Además, la ministra, como tú la llamas, a pesar de todos sus encantos no consiguió lo que yo quería... hacerme olvidar... lo que no te importa. Y después de suspirar como tú sabes que él suspira, añadió Álvaro: ¿Dejar a Vetusta?
Me volví loca, se me encendieron en la imaginación unas llamas que no me dejaban vivir, y conociendo el mal me era imposible evitarlo.
Pero la fatalidad parecia pesar sobre aquella maravilla humana: un rayo incendió una de las torres, en 1764; todo el edificio fué al punto devorado por las llamas, en sus partes superiores, y desde entónces no han quedado sino ruinas majestuosas, con los sótanos intactos, las torres y terrazas y casi todos los muros en pié.
Me ocurre echarlas al fuego para entretenerme en ver las llamas que las devorarían en pocos minutos; pero me es imposible resistir al deseo de que sean conocidas estas memorias, escritas por un pobre muchacho, admirador incondicional de aquellos escritores gallardos y de aquellos poetas amables y sentidos que fueron delicia de nuestros padres.
La otra se apartó, echando llamas de sus ojos y resoplidos de su pecho, y andando hacia atrás siguió diciendo, sin que las palabras llegaran a articularse: «Te cojo y te revuelco... porque si yo estuviera donde tú estás, sería...». Aquí recobró el aliento, y pudo decir: «¡Mejor que tú, mejor que tú...!». La de Santa Cruz recobró la serenidad, y entrando en la sala, volvió a ponerse en el sofá.
Se murió de unas fiebres enemigas, que le empezaron con grandes aturdimientos de cabeza, y unas visiones dolorosas y tenaces que él mismo describía en su cama revuelta, de delirante, con palabras fogosas y desencajadas, que parecían una caja de joyas rotas; y sobre todo, una visión que tenía siempre delante de los ojos, y creía que se le venía encima, y le echaba un aire encendido en la frente, y se iba de mal humor, y se volvía a él de lejos, llamándole con muchos brazos: la visión de una palma en llamas.
Andresito seguía con mirada triste las evoluciones de aquellas bulliciosas salamandras con blusa, que saltaban por entre las llamas como si tal cosa, sacudiéndose las chispas como los perros.
Lo mismo que con las personas; como que hay «personas-dolor» y «personas-alegría». A una de éstas le digo: ¡Cuánto gusto! ¡Adelante! Tome asiento; a las otras les hago decir con mi sirviente que no estoy. ¿Y qué haces cuando una de esas que llamas «personas-dolor» te sorprende y te agarra sin poder evitarlo? ¿A qué hora? ¿Cómo a qué hora?
Palabra del Dia
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