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Actualizado: 27 de julio de 2025


¡Clara! ¡Si supiérais de lo que ha sido capaz esa mujer que lloráis! ¡Dorotea! ; vos veis en ella un ángel perdido, y era un demonio. Quevedo era un médico terrible; ponía á sangre fría los dedos sobre la llaga y la estrujaba. La muerta nada tenía ya que perder ni que esperar en la vida, y Quevedo quería salvar á los que, vivos aún, tenían que perder y que esperar. Calumniaba á Dorotea.

7 Cuando fuere hallado alguno que haya hurtado persona de sus hermanos los hijos de Israel, y hubiere mercadeado con ella, o la hubiere vendido, el tal ladrón morirá, y quitarás el mal de en medio de ti. 8 Guárdate de llaga de lepra, guardando diligentemente, y haciendo según todo lo que os enseñaren los sacerdotes levitas; cuidaréis de hacer como les he mandado.

5 y al séptimo día el sacerdote lo mirará; y si la llaga a su parecer se hubiere estancado, no habiéndose extendido en la piel, entonces el sacerdote le encerrará por siete días la segunda vez. 7 Mas si hubiere ido creciendo la postilla en la piel, después que fue mostrado al sacerdote para ser limpio, será visto otra vez del sacerdote;

Acompañado de su fiel asistente y de un primo se trasladó desde Madrid, adonde había venido a defenderse, a Lancia, donde le esperaba su esposa y su hijo de corta edad. La vida de familia fue un sedante para la terrible llaga abierta en el corazón del soldado. Pero aquel bravo, que tantas veces había desafiado la muerte, no tuvo valor para soportar las miradas y la curiosidad de sus convecinos.

"Lo que conviene agora que se haga, Pues que el Virrey se puso á darnos pena, Que cada cual por se satisfaga, Segun su coyuntura fuere buena. Quien muerte dar pudiere no llaga, Y salga cada cual con buena estrena Al camino, á vengarse por sus manos, Matando estos soberbios castellanos." "Yo tengo nueva cierta como viene Doña Maria de Angulo, y Da. Elvira: La muerte merecida bien la tiene."

¡Ah! no. Será la herida aquella que harale daño a las veces. Esa ya cerró, Beatriz replicó entonces el mancebo; otra es la que agora vase reabriendo y haciéndome morir. ¿Morir? Un regalado morir que es vida, pues si ansí no me matara, yo muriera. ¡Ingenioso!... Exquisita llaga que me punza con sabrosos recuerdos. Beatriz suspiró.

El rostro de la niñita era una llaga viva: tenía los dientes apretados por la última convulsión; con la mano izquierda asada por el fuego, se asía desesperadamente de una de las varillas de bronce de la camita, y la derecha, dura, rígida en ademán amenazante; la actitud del cadáver revelaba los esfuerzos que la víctima había hecho para escapar del fuego, en vano.

Una vez en su estancia, y después de unos minutos de descanso, sintió en el costado el fulguroso dolor de otros tiempos. La llaga estaba reabierta. Al otro día el cirujano le prescribió nueva reclusión. Para su dicha, el escudero presentose una hora después, y, habiéndole oído quejarse, se atrevió a decirle: Esto me recuerda un flechazo que recibí en las costas de Trípoli.

Tambien primero encargo que se haga A Jupiter solene sacrificio, De quien podremos esperar la paga Harto mayor que nuestro beneficio; Curese luego la profunda llaga Del arraigado acostumbrado vicio, Quiza con esto mudará de intento El hado esquivo, y nos dará contento.

Al principio, el mancebo manifestó no poca repugnancia por aquel espionaje, declarando que a él le parecía más derecho requerir con franqueza a don Enrique Dávila o al mismo Bracamonte; pero el Canónigo le hizo pensar en la necesidad de una previa certidumbre; y, al referirse al peligro de que su llaga se reabriese en el tráfago de las escaleras, le dijo: Si tal os sucede, hijo mío, haréis de cuenta que os hicisteis herir, una vez más, en servicio del Rey y de la honra de vuestra casa.

Palabra del Dia

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