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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Pero tenía un amigo periodista. Los periodistas son buenos, son sencillos, son amables. Y este periodista que, como es natural, tampoco tenía dinero publicó en su periódico un suelto en que demandaba la caridad para su amigo. Cuando salió el periódico, mucha gente leyó el suelto y no hizo caso; pero hubo tres hombres que sacaron un cuadernito pequeño y apuntaron las señas.
Pero la fuerza del escrúpulo era en ella mucho mayor de lo que sin duda usted creía. Si no, oiga usted... Y Ferpierre leyó en voz alta las páginas de la memoria más significativas. El sentido de las confesiones le parecía esa segunda vez más claro, la lucha de aquella conciencia más grave.
Teresa Tanco, mi simpática compañera del Magdalena, si le repito en estas páginas lo que tantas veces leyó en mis ojos, esto es, que tienen razón los bogotanos de estar orgullosos de ella por su espíritu, la altura de su carácter y su talento musical incomparable?
Mi hermana, la duquesa de Somavia, tiene instrucciones mías y te dirá la forma en que dispongo que se emplee el legado. Con ella nada te faltará.» Esta carta la leí siendo ya hombre. Mi padre se la había entregado a la duquesa, y ella me la enseñó. Pero recuerdo cuando mi padre la leyó por vez primera, en el Pazo de Valdedulla, estando el conde de cuerpo presente.
Como su fuerte eran los versos de circunstancias y su popularidad por esta clase de trabajos extraordinaria, no se hizo de rogar, y sacando un largo papel, y poniéndose en medio de la sala, leyó con muchísima gracia aquellos versos célebres que ustedes conocerán y cuyo principio es de este modo: «Al ínclito Sr.
Llegó S. E., pero el joven no se fijó en él: observaba la cara de Simoun que era uno de los que habían bajado para recibirle, y leyó en la implacable fisonomía la sentencia de muerte de todos aquellos hombres, y entonces nuevo terror se apoderó de él. Tuvo frío, se apoyó contra el muro de la casa y, fijos los ojos en las ventanas y atentos los oidos, quiso adivinar lo que podía pasar.
La Vizcondesa nos leyó en un periódico un artículo que trataba de un suicidio. ¡Desventurado!... exclamó Cecilia, de un modo que casi parecía una aprobación. ¡Insensato! dijo Enrique, casi despreciativamente. ¿No se explica usted el suicidio? le pregunté con viveza. ¡Nunca! Suicidarse es privarse de una dicha inmensa. ¿Cuál? La de morir por los que se ama.
Si el hijo se hace sacerdote, decía Cabesang Andang, la madre no nos ha de pagar lo que nos debe... ¿quién la cobra entonces? Pero al ver que Plácido hablaba en serio y leyó en sus ojos la tempestad que rugía en su interior, comprendió que por desgracia lo que contaba era la pura verdad. Quedóse por algunos momentos sin poder hablar y despues se deshizo en lamentaciones.
Sus negros ojos pasaron rápida revista á los circunstantes y acabaron por fijarse, con expresión un tanto irónica, en el hermano acusador. Entregó éste el pergamino al relator de la orden, quien lo leyó con voz pausada y entonación solemne, escuchado atentamente por todos los religiosos allí congregados.
Pedro Sancho y Francisco de Jerez, secretarios de Pizarro, antes que Antonio Picado desempeñara tal empleo, han dejado algunas noticias sobre su jefe; y de ellas, lejos de resultar la sospecha de tan suprema ignorancia, aparece que el gobernador leyó cartas.
Palabra del Dia
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