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Actualizado: 12 de junio de 2025


Y cierra los ojos un momento, como para despertar de nuevo sus ensueños desvanecidos. Después se apoya en el brazo de Martín y quiere que la lleven a su tienda. Las principales familias del contorno se han hecho levantar allí tiendas especiales, leves cabañas o carpas de lona que les aseguren un abrigo para la noche, porque la fiesta se prolonga de ordinario hasta la mañana siguiente.

Sin tener yo las mas leves noticias de estas reglas, las he seguido; y notoria es la buena armonia que he conservado con ellos, y lo útil que han sido al fomento del establecimiento: y no puede decirse que son de mejor índole aquellos que los de estos campos, porque allí han concurrido los que aquí nos dañan.

El sosiego melancólico con que el mar se despedía de la luz causó en Marta impresión profunda. Con la cabeza inclinada sobre el agua y los ojos extáticos contemplaba los más leves matices que la luz iba despertando en ella y atendía a todos los rumores que sonaban en lo profundo. El sol se sumergió enteramente. El océano dejó escapar un sollozo inmenso, colosal.

Ya es hora de retirarse murmuró, dejando caer sus palabras sobre la cabellera que estaba al nivel de su pecho . Va á llegar la mala: la siento venir. Dile á Spadoni que se levante. Ella elevó sus ojos para mirarle con extrañeza. Parecía ebria; no acertaba á entender sus consejos. Y manifestó su negativa con leves movimientos de cabeza. Tenía fe en la propia suerte.

«Tenemos caras de muertas», se decían todas las mañanas al mirarse al espejo, y martirizaban su fresca y jugosa piel con los polvos cargados de plomo, el bermellón que teñía levemente las mejillas y los lóbulos de las orejas; y como si sus ojos no fueran bastante grandes todavía enmendaban la plana a la Naturaleza, trazando leves líneas al extremo de los párpados.

Sus crenchas cortas aparecían rizadas; acababa de vestirse un traje nuevo; se movía con menudos pasos empinada sobre altos tacones; adivinábase en toda ella una preocupación por embellecerse y agradar. Su rostro, bajo una capa reciente de polvos, parecía alargado, con leves oquedades en las mejillas, rastros sin duda de emociones debilitantes. Un círculo de sombra orlaba sus ojos, agrandándolos.

La luz cruda hacia resaltar todos los detalles de una belleza marchita: el rostro con leves arrugas en plena juventud, el círculo de palidez amarillenta en torno de los ojos, el rosa anémico de los labios, el tinte verdoso de la tez, que no habían conseguido borrar los extraordinarios cuidados de tocador de esta mañana.

La dama desconocida, de espalda a la calle, ahora, inclinando la cabeza hacia el interlocutor invisible, hablaba tranquilamente y se defendía como por máquina, con leves manotadas felinas, de unas manos que de vez en cuando intentaban cogerla por los hombros. «¡Están a obscuras! no hay luz en esa habitación... ¡qué escándalo!», pensó don Fermín, que seguía inmóvil.

Los momentos más dichosos de su existencia eran los que consagraba a la oración, que más bien era un tierno coloquio de dos enamorados, incomprensible para los que no han sondeado jamás los profundos secretos del amor divino ni han gustado las dulzuras de la unión mística. A fuerza de conversar con Dios, de comunicarle sus más íntimos pensamientos e impresiones y de confesarle con lágrimas todos los días las más leves flaquezas de su conciencia, había llegado a establecer con

Velázquez, en la convalecencia, se mostró afectuoso y atento, la sacó de paseo y le hizo algunos leves regalos, para ella de gran precio. No tardó, sin embargo, en fatigarse. En cuanto la vió fuerte comenzó á tratarla de nuevo con desdén; luego con crueldad. Pero ella todo lo halló bueno, observando que no reanudaba sus amores con la Cardenala.

Palabra del Dia

rigoleto

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