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El espíritu caballeresco, basado en el amor, debía ser hostil al celibato, y todas sus adoraciones y homenajes se dirigían a aquellas que, lejos de estar armadas contra los sentimientos tiernos, sabían animarlos graciosamente. La caballería, a pesar de la aureola con que ha llegado hasta nosotros, no se alimentaba exclusivamente de flores azules cogidas en el país del ideal.

La demanda, lejos de disminuir ha ido creciendo cada vez mas, como hemos podido cerciorarnos por nosotros mismos en el comercio de libros de que hace veinte años que nos ocupamos, obteniendo precios subidos, que no ha alcanzado entre nosotros ningun libro, los pocos ejemplares que por casualidad se ofrecen en venta.

¡Dios mío! ¡Dios mío, maese Marner! dijo Dolly con el tono dulce de la compasión , ¿no habéis tenido nunca padre ni madre que os hayan enseñado a rezar y que hay palabras buenas y buenas cosas para preservarnos del mal? dijo Silas en voz baja ; muchas cosas a ese respecto, a lo menos sabía muchas. Pero nuestros hábitos son diferentes: mi país queda muy lejos de aquí.

No, señor; es la primera vez que viene a la Opera... Soy antiguo abonado y no la he visto hasta hoy. Los espectadores inmediatos tampoco la conocían. Pero no lejos de ellos, un extranjero, de aspecto distinguido, se inclinó respetuosamente saludando a la hermosa dama. En seguida todos apresuráronse a preguntarle su nombre. Es lady Inggerton, la esposa de un opulento par de Inglaterra.

Horas y horas, hasta el crepúsculo, pasaba soñando despierto, en una cumbre, oyendo las esquilas del ganado esparcido por el cueto ¿y qué soñaba? que allá, allá abajo, en el ancho mundo, muy lejos, había una ciudad inmensa, como cien veces el lugar de Tarsa, y más; aquella ciudad se llamaba Vetusta, era mucho mayor que San Gil de la Llana, la cabeza del partido, que él tampoco había visto.

Sonó a lo lejos la música y brillaron en el antecomedor luces rojas y verdes, una línea de faroles llevados en alto por los camareros. Este resplandor, amortiguado por los vidrios de colores, iluminaba discretamente con luz suave. Era la «marcha de las antorchas» de toda fiesta alemana.

Desengañáos, doña Clara contestó el hombre ; vuestro padre, el buen Ignacio Soldevilla, está muy lejos, y aunque le llaméis, y aun cuando venga, vendrá tarde; toda la corte sabrá ya que la ingrata hermosura á quien llaman la menina de nieve no ha sido esquiva para .

Ahora era Elena la que hablaba, lejos, ¡muy lejos! con un tono de inmenso desaliento: Tal vez tienes razón. ¡Ay, el dinero!... Para los que sabemos lo que puede dar de , ¡qué horrorosa la vida sin él!... No quiso oir más. La vergüenza de su espionaje acabó por vencer á la malsana curiosidad que le había dominado durante unos momentos.

Y durante dos horas, el padre y el hijo habían marchado casi corriendo, sin sentir cansancio, aguijoneados por el miedo, saliéndose del camino cada vez que sonaba a lo lejos un rumor de voces, un galope de caballo. ¡Ay, el viaje cruel con sus dolorosas sorpresas! Esto era lo que le había matado.

No puedo, doncel; la edad ha nublado mis ojos y aunque que hay una piedra en el vado, no acierto á verla. Pues por eso no ha de quedar, dijo Roger; y tomando en brazos á la enjuta viejecilla la trasladó prontamente á la otra margen. Muy débil y anciana parecéis para viajar sola, continuó cuando la vió vacilar y caer de rodillas. ¿Venís de muy lejos?