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Actualizado: 29 de julio de 2025
Aún estoy vacilante, pero por momentos creo oír lejana música y voces suaves que desde una región desconocida y llena de misterios me llaman, me atraen y promueven en mí embriaguez y furor y apetito de ir a unirme con ellas. Adiós. Me pesan los párpados y van a cerrarse mis ojos. Aún persisto en la indecisión; no sé si beberé del pomo y mis ojos quedarán cerrados para siempre.
Delante de todas las cosas bellas creía verla. A veces sentía un vuelco en el corazón, al ver en la calle alguna persona que tenía con ella una lejana semejanza. Pero cuando pasaban estas ilusiones su dolor se agravaba. El terror de sus noches eran los sueños, durante los cuales creía haberla perdido ya, jamás volver a verla.
Habla, Mariquita rugía la voz de Fermín. Di por qué haces eso. ¡Dilo por tu vida! ¡Mira que me vuelves loco! ¡Díselo a tu hermano, a tu Fermín! La voz de la muchacha salió tenue, vergonzosa, lejana, de aquel bulto tendido. No le quiero... porque le quiero mucho. No puedo quererle, porque le amo demasiado para hacerle infeliz.
La marquesa de Villasis triunfaba en toda línea, y las ciento veinte mujeres honradas que reunió aquella noche en su casa y siguió reuniendo todos los viernes vinieron a probar a los pesimistas lo que había dicho ella misma a la marquesa de Butrón en época no lejana: Madrid no es un lodazal...
¿De España decís? ¡Ah! Infortunada expedición en la que tantos bravos ingleses han sacrificado las vidas que Dios les concediera. Hoy mismo he dado mi bendición á una noble dama que ha perdido cuanto amaba en esa cruel y lejana guerra. ¿Qué decís? preguntó Roger con vivo interés.
Huberto miró varias veces hacia atrás, como atraído por el fluido de las miradas de María Teresa; después, su silueta se desvaneció, lejana, entre el polvo del camino y los últimos reflejos de una aglomeración de nubes blancas. Cuando el joven hubo desaparecido, María Teresa cerró los ojos un instante. No lo veía ya, pero conservaba su imagen.
Olvidado siempre de sus piernas, o equivocado sobre su valor intrínseco, avanzó hacia la puerta pisando muy fuerte, la abrió y gritó como un trueno: ¡Doña Tula! ¡doña Tula! Al instante se oyó una vocecita lejana: ¿Qué se ofrece, don Oscar? Tenga usted la bondad de venir un instante volvió a decir el cíclope-enano. En seguidita.
Detrás de la negra silueta de los pinos, los balcones del viejo desván del correo se destacaban brillantemente iluminados, y al través de sus ventanas, sin cortinas, los desocupados podían ver desde abajo las sombras de los que en aquel momento decidían de la suerte de Tennessee, y por encima de todo esto, destacándose sobre el oscuro firmamento, se alzaba majestuosa la lejana sierra, coronada de un inmenso y estrellado firmamento.
Bonis, en cuanto oyó la voz de Serafina elevarse en el silencio del salón, sin pensar en lo que hacía, sin poder remediarlo ni querer remediarlo, como atraído por un imán, se aproximó al umbral de la puerta más lejana para escuchar desde allí.
Y dirigiéndose al mozo agregó: Te vas con el señor. Media hora después íbamos, y a buen paso, camino de Villaverde. La noche estaba obscura. Allá en el corazón de la Sierra fulguraba lejana tempestad. Oíanse truenos lejanos, muy lejanos, y de cuando en cuando, a la luz de los relámpagos, descubríamos las cimas de los montes más distantes. El cielo parecía envuelto en una red de rayos.
Palabra del Dia
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