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Y tales los de Leila se exhalaron, tan apenados, tan profundos fueron, tan claro al padre su dolor contaron, que sus fieras entrañas abrasaron y su altivez indómita rindieron. «¡Ah de la vida y su tormenta brava! siniestro el xeque murmuró, y sombrío: ¡Surge á la luz la mariposa esclava, el dormido volcan revienta en lava, el arroyuelo se convierte en rio

¡Maldita, ! ronca, dijo: ¡Maldita, la que maldijo! ¡Un amor que muerte augura colmando mi desventura, mi vida, mi amor, mi hijo, arrebate á mi ternura! ¡Qué dices, madre! De aquí partamos sin más tardar. ¡No temas, espera en ! ¡Tanta gloria he de alcanzar, que mi Leila me ha de dar Ben Jucef-el-Meriní! ¿Por qué, , te desesperas?

Y Leila, altiva, grande, destellando el ínclito esplendor de su linaje, el brazo eburneo á Loja amenazando, así inspirada prosiguió exclamando, resplandeciente de valor salvaje: ¡De mi amor, de tu fe, todo lo espera! ¿no ves el monte oscuro allá perdido que guarda de Granada la frontera? ¡bravo por levanta una bandera, vuelve á buscar mi amor ennoblecido!

Ben-Jucef el Meriní, de aquella casa que doran la opulencia y la grandeza, es el sostén y la honra, y su luz y su delicia es Leila la encantadora, la de los negros luceros, la de la faz majestosa, la de los cabellos de oro, la de la purpúrea boca, la de la ebúrnea garganta, la del talle de diosa, la del seno palpitante, la altiva, la que enamora al que su belleza mira si el céfiro la destoca, ó al que su cantar escucha en la noche silenciosa, si al pié de sus miradores pasa por su mal ó ronda.

Marcha de triunfo tocan atabales, y añafiles, dulzainas y trompetas, y en la impaciencia de ostentar su triunfo rápidos cruzan la tendida vega, y por Elvira en la ciudad alegre en cerrado escuadron altivos entran, y del rey Ismail al par marchando, las hermosuras que Granada encierra; ven al hermoso Ataide y le codician al verle junto al Rey de tal manera, y Ataide, el desdichado, va llorando, la mente en Leila y en su madre puesta, y que es de gozo por su altivo triunfo, los que le miran, con envidia piensan.

Todo perdido en sueños de agonía y en el delirio del dolor flotaba; todo en su corazon rugiente hervia, y Leila sólo á su afanar reia y con su dulce amor le consolaba. ¡Y ella tambien, el último tesoro, la flor preciada de esplendor naciente, ya en los ojos de luz acerbo el lloro, y los reflejos de sus trenzas de oro como nimbo fatal en su alba frente!

En una calle que tortuosa con sus aleros la luz estorba; medrosa y lúgubre cuando las sombras de la alta noche la envuelven lóbregas, calle que llaman de la Almanzora, en la opulenta rica paloma de las ciudades, que el nombre roba á la Granada que la blasona, hay una casa, que hoy se desploma, cuyas paredes el viento azota, la lluvia inunda y el sol empolva; abandonada se desmorona, los jaramagos en ella brotan y entre ruinas doliente asoma el arco bello que un tiempo alcoba fué de la linda Leila la Horra.

¡Toma de mis alhajas el tesoro Leila le interrumpió; gente esforzada á sueldo toma, derramando el oro; haz que brille en la lid el nombre moro, corre la tierra infiel en algarada! ¡Tus joyas no, porque en el logro fies exclamó Ataide de mi noble empresa, me bastan de la sierra los monfíes, feroces cual los fuertes jabalíes que se abren paso entre la jara espesa!

¡Injuria, no! pudorosa dijo Leila, en su bravura aumentando su hermosura hasta hacerla portentosa. ¡Injuria! ¡Dios me maldiga si yo te ofendí, señor; que con espanto y horror su maldicion me persiga! Y demudado el semblante, deslumbradores los ojos, ardientes los labios rojos, alto el seno palpitante, trasportada, poderosa, más y más resplandeciente, alzaba su pura frente de candor esplendorosa.

de mi furor el recelo, ¿por qué en tus ojos fulgura una inefable ventura, una alegría del cielo? ¿por qué te miro trocada de triste en resplandeciente? ¿es que tambien falaz miente el amor en tu mirada? ¡Oh padre! en una explosion Leila exclamó; no tirano pretendas romper insano las leyes del corazon.