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Actualizado: 3 de junio de 2025
Es mi padre sin duda: ¡si te hallára! ¡oh, tú no sabes su altivez cuán fiera! ¡de la espesura próxima te ampara! ¡ten compasion de mí, que me matára si una sombra de duda concibiera! ¿Y no he de verte? Sí. ¿Cuándo? En la hora del silencio y del sueño: ¡huye, bien mio! ¿Y dónde te he de hallar? En la Almanzora: yo en la reja estaré: ¡sálvate ahora! ¡líbrame del terror que siento impío!
En una calle que tortuosa con sus aleros la luz estorba; medrosa y lúgubre cuando las sombras de la alta noche la envuelven lóbregas, calle que llaman de la Almanzora, en la opulenta rica paloma de las ciudades, que el nombre roba á la Granada que la blasona, hay una casa, que hoy se desploma, cuyas paredes el viento azota, la lluvia inunda y el sol empolva; abandonada se desmorona, los jaramagos en ella brotan y entre ruinas doliente asoma el arco bello que un tiempo alcoba fué de la linda Leila la Horra.
Á cada paso, al subir una cuesta áspera y corva, Ayela se detenia jadeante, temblorosa; su mano buscaba apoyo en un muro, y de su boca hervoroso se exhalaba el ronco alentar que ahoga y en el comprimido pecho la sangre agitada agolpa. Fatigada, dolorida, llegó al fin á la Almanzora. Desierta la calle estaba, sumida en tinieblas, lóbrega, y al amor no daba amparo en sus rejas silenciosas.
Palabra del Dia
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