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Actualizado: 30 de junio de 2025


Dejando, pues, á algunos de los suyos el cuidado de combatir á éstos, se lanzaron ambos con el núcleo de su fuerza sobre Ramiro de Tolivia y Froilán de Villoria, que capitaneaban escasas pero aguerridas huestes. Estos nobles guerreros, á pesar de su audacia y su fuerza, no pudieron resistir mucho tiempo el esfuerzo de aquellos hombres indomables.

Cogió la mantilla, se la echó encima de la cabeza con mano convulsa, obligó a la doméstica a ponerse la suya y se lanzaron a la calle. El Campo de los Desmayos hervía ya de gente. Les costó mucho trabajo avanzar hasta colocarse en el medio. Obdulia quería a todo trance acercarse a la casa del párroco, donde se alojaba el prelado.

Todos los días era conducida al puente, para respirar y absorber el aire vivificante del Océano: los niños la rodeaban, se echaban a sus pies y permanecían quietecitos, mientras ella les hablaba con voz débil como un soplo e impregnada de ese eco íntimo y profundo que anuncia ya la liberación. ¡Jamás mujer alguna me ha inspirado un sentimiento más complejo que esa joven desgraciada; mezcla de lástima, respeto, cariño, irritación por los que la lanzaron a esa vía de dolor, indignación contra ese destino miserable!

Aquel espectáculo arrancó un grito de furor á Sir Hugo y sus soldados, que clavando las espuelas en los ijares de sus caballos se lanzaron, ciegos de ira, contra los escuadrones enemigos.

Francisco Montiño, cocinero mayor del rey. Os aconsejo que no salgáis dijo el hostelero ; nadie se mueve de noche aunque oiga lo que oiga. ¡Abrid, vive Dios! exclamó Juan Montiño , ú os abro la cabeza. El hostelero abrió sin replicar. Los tres jóvenes se lanzaron en la calle. Un hombre estaba rodeado de otros cuatro. Otros dos hombres se llevaban un bulto.

La cabeza y la mano habían desaparecido como un relámpago. El joven, recogiendo la flor con no poca sorpresa, preguntó: ¿Quién está ahí con vosotros? Los niños respondieron á coro: Es Carmen, es Carmen. ¡Uy! ¡uy! ¡uy! Los chicos lanzaron gritos de dolor. Al parecer, su hermana, poco satisfecha de la sinceridad del coro, les estaba repartiendo sendos pellizcos en las piernas.

Entre tanto, los guardias que custodiaban el alcázar, con el intento de vender caras sus vidas, abrieron la ancha puerta y se lanzaron de nuevo al combate desesperadamente. La plebe, apiñada delante de la puerta, tuvo que lamentar no pocas víctimas de aquel primer ímpetu.

El señor de Butrón con sus hombres de armas y el barón seguido de sus escuderos, de Reno, Simón, Tristán de Horla y otros veinte, se lanzaron como leones contra las turbas que por ambos lados habían invadido la cubierta y abriéndose sangriento paso llegaron á lo más recio de la lucha.

¡San Jorge nos asista! gritó Gualtero de Pleyel. ¡El barón está en la galera, peleando con los genoveses! ¡Se lo llevan! ¡Está perdido! gritó á su vez Froilán de Roda. ¡Saltemos, Gualtero! Ambos jóvenes, de pie sobre la borda del Galeón, se lanzaron al espacio.

Los elefantes, cuando estuvieron a la vista del Papa, metieron las trompas en unas calderetas de oro, que para el caso iban preparadas y llenas de exquisita agua de olor, y lanzaron luego el líquido que en las trompas habían absorbido, perfumando a la muchedumbre.

Palabra del Dia

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