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Actualizado: 30 de junio de 2025


Salió don Bernardino satisfecho, muy satisfecho; en el saloncito tropezó con un empleadillo, que traía la carpeta de notas a la firma de S. E. y rondaba la entrada del despacho, esperando el fin de la entrevista, y Esteven pasó erguido, sin dignarse atender a la mirada provocativa que los ojillos de víbora del cuñado le lanzaron, desde el fondo del salón rojo.

Aguardaron todavía algunos minutos y cuando observaron que la lluvia cedía un poco se lanzaron fuera del techado y á paso rápido llegaron al Campo de la Bolera, atravesaron el riachuelo sobre el puente de madera y comenzaron á subir por el retorcido y pintoresco sendero que conducía á Canzana. ¡No se fatigaba, no, aquella gallarda pareja por lo agrio de la cuesta!

Los bélicos instrumentos lanzaron una música de gloria, el mismo toque que saluda la presencia del jefe del Estado, de un general, de la bandera desplegada... Era un homenaje á la justicia majestuosa y severa; un himno á la patria implacable en su defensa. Pensó la espía un momento que todo este aparato era para otra.

Los nadadores lanzaron sus últimos gritos: «Caballero, un marco. Eche un marco, caballero, que va el vapor».

Pero, ¿qué sucede? preguntó temblando Antoñita. Sucede que Amaury te ama y que amas a Amaury. Los dos lanzaron un grito de sorpresa, y quisieron levantarse. ¡Tío mío! dijo Antoñita. ¡Señor! exclamó el joven.

Entre los griegos del Bajo-Imperio hasta los mismos hombres afeminados lo usaron, puesto que se refiere que habiendo enviado el rey Hugo á Romano II, entre varios presentes, dos hermosos perros del norte, al ver los animales al emperador griego cubierto con su theristro á la usanza de su pais, le creyeron un monstruo en vez de un hombre, y se lanzaron sobre él furiosos.

Repuestos prontamente, se lanzaron sobre él más de treinta mozos del Condado á cuyo frente se hallaba el impávido Lin de la Ferrera, que ocupaba la retaguardia de la hueste y le obligaron á replegarse con sus diez ó doce compañeros hacia el Barrero, sitio más elevado del lugar.

Entonces, los gritos de los españoles agarrotados en medio de aquel horno, fueron tan atroces que los piratas, como a pesar suyo, lanzaron aullidos salvajes para ahogar la voz desgarradora de aquellos infortunados. El incendio estaba entonces en toda su fuerza.

Muchas de éstas se lanzaron espontáneamente á manejar las armas antiguas, inventadas por los hombres, siguiendo los consejos de un profesor que creía haber adivinado su uso leyendo libros rancios. La mayor parte de los fusiles no funcionaron. En otros se rompieron los cañones, matando á las amazonas que los manejaban.

Un año había transcurrido, cuando Amaury entrando de puntillas en el salón, asustó a las dos primas que lanzaron al verle un chillido. ¡Ay! esta vez nadie gritó; solamente Antoñita al escuchar los nombres sucesivos de las personas que entraban, no pudo menos de ruborizarse y temblar oyendo el de Amaury. Pero como puede suponerse no debían limitarse a esto las emociones de los dos jóvenes.

Palabra del Dia

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