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Actualizado: 6 de julio de 2025


¿Y cómo creerla?... ¿Dónde están las pruebas?... ¿Quién me las dará?... El tiempo. ¿Qué haré, pues?... Esperar. ¿Y no me dará usted alguna prenda de su amor?... Judit dejó caer el ramo de flores que tenía en la mano, y mientras Arturo se inclinó para tomarlo, ella se lanzó al corredor y desapareció.

Pero un grito se hizo oír frente al hogar. Marner se inclinó para tomar la criatura sobre sus rodillas. Esta se agarró a su cuello y lanzó con una fuerza cada vez mayor esos gritos inarticulados, mezclados con la palabra «ma-ma» por medio de los cuales los niños expresan su perplejidad al despertar.

Luz, al principio sonrió despreciativamente, pero al sentir las manos callosas sobre el pecho, dio voces, lanzó gritos de angustia; y en su auxilio acudieron tres hombres.

¡Pobre Margredel! continuó el anciano cazador, tras una pausa ; debe estar inquieta desde hace ocho días; seguramente rogará por nosotros a Santa Odilia. En aquel momento, Marcos Divès, que marchaba delante, lanzó un grito de sorpresa. ¡Señora Lefèvre! dijo deteniéndose , los cosacos han incendiado su casa.

Si no quieres ser mía, tampoco serás de otro, porque antes te voy á partir el corazón. Rápidamente echó mano á un cuchillo que había sobre el mostrador y se lanzó sobre su querida. Retrocedió ésta llena de terror, mas por súbita inspiración exclamó sonriendo: ¡Anda! ¿Y lo has tomado en serio de verdad? Velázquez se detuvo y la miró estupefacto, inflamadas las mejillas, llameantes los ojos.

El domador obligó a ponerse de pie varias veces al oso, y a bailar con el palo cruzado sobre los hombros y a tocar la pandereta. Luego soltó un perro que se lanzó sobre el oso, y después de un momento de lucha se le colgó de la piel. Tras de éste soltó otro perro y luego otro y otro, con lo cual el público se comenzó a cansar.

M. L'Ambert lanzó una exclamación de disgusto y de sorpresa. ¡Decir que un vil mercenario, a quien había religiosamente pagado su servicio, podía ejercer una influencia oculta sobre la nariz de un funcionario público, era una impertinencia! Es mucho peor aun replicó el doctor, es un absurdo. Y, sin embargo, os pido autorización para buscar a Romagné.

De súbito, pues, y cuando todos los concurrentes menos lo preveían, lanzó el gaucho varios feroces reniegos, se levantó de la mesa, agarró del brazo a Catalina e intentó llevársela consigo a tirones y poco menos que arrastrando. Llena de susto y lastimada por la violencia, la muchacha dio chillidos.

Al cruzar por delante de una de las ventanas del gabinete, la niña lanzó un grito de sorpresa y alegría: ¡Mira, mira, Ricardo!..., ¡mira dónde está el Menino! El joven se abalanzó a la ventana, y vio sobre el tejado de la casa, no a mucha distancia, dando brinquitos de satisfacción, muy orondo y espetado, al Menino en persona.

Apretó la sábana con las manos convulsas, y lanzó una serie de interjecciones brutales, entregándose a una de esas cóleras breves y terribles de los hombres sanguíneos. Antes que se hubiese apagado por completo, oyó tocar en la puerta suavemente. Figurándose que era su mujer, gritó con furia: ¿Quién va?

Palabra del Dia

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