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Una mujer con el cuerpo doblado sobre una cama extendía sus dos brazos para ahuecar el colchón con fuertes palmadas. Su instinto le hizo presentir la existencia de alguien detrás de ella, y al volver el rostro, lanzó un grito de sorpresa viendo á Miguel en el hueco de la puerta.

Y tampoco necesitáis tomar medidas; nada de ceremonias, nada de ceremonias. Y diciendo eso me miraba fijamente con sus ojos vidriosos, como si hubiera visto un fantasma. Después, de improviso, lanzó un grito estridente diciendo: Quitadme estas piedras que me aplastan el cuerpo. ¿Por qué me habéis sepultado bajo estas piedras?

También la intrépida Clara resbaló en una de sus excursiones alpestres, desapareciendo de la vista de Tristán, quien se lanzó por la escarpada pendiente en su auxilio y rodó por ella sin lograr prestárselo. Felizmente ambos quedaron detenidos en una mata de arbustos y se salvaron de una muerte cierta. Clara fue quien primero se alzó.

Por la carta que le escribió usted, y que se encontró en su valija después de su muerte respondí con franqueza. Lanzó un gruñido de evidente satisfacción. Yo supuse, en verdad, que debía estar receloso de que Burton antes de morir me hubiera dado a conocer algunos detalles de su vida.

Al entrar en el patio, vi una sombra, que me pareció ser la de mi padre, dibujarse en una de las ventanas del gran salón que estaba en el piso bajo, y que no se abría jamás en los últimos tiempos de la vida de mi madre. Me precipité en él; al apercibirme, mi padre lanzó una sorda exclamación: luego me abrió los brazos, y sentí su corazón palpitar violentamente contra el mío.

De pronto el huracán cien y cien truenos retemblando sacude, y mil rayos cruzaron, y el suelo y las montañas a su estampido horrísono temblaron. Y envuelta en humo la feroz fantasma, huyó, los brazos hacia tendiendo. «¡Véngamedijo, y se lanzó a las nubes; «¡Véngamepor los aires repitiendo.

Cuando la doctoresca lucubración llegó a su término, la gente, puesta de pie con la copa en la mano, lanzó los tres ¡hoch! de costumbre, mientras la música atacaba la marcha de Lohengrin.

Lanzó muchas imprecaciones contra aquel retardo que lo relegaba a la cola de la cacería en el momento del triunfo. Enceguecido por la desesperación, saltó temerariamente los cercos, y estaba a punto de reunirse a la traílla cuando ocurrió el accidente fatal.

La viuda de García, que era bonachona, lanzó una exclamación que corearon las niñas de Sobrado. ¡Jesús... angelito de Dios... tan pequeño, por esas calles y con este día! ¿Pero qué hace su madre? Mi madre tiene tienda en la calle del Castillo.... Somos siete con este, y yo soy la mayor... alegó a guisa de disculpa la que llevaba la criatura.

Pues a estas horas, estando esto tan solitario dijo de pronto ya podía el señor Pepe venir aquí y hablar con usted. Cállate y escucha. Con quien quiero hablar ahora, es contigo. Mande Vd. ¿Eres capaz de hacerme un favor? La verdad, y sin que nadie se entere. ¿Ni el señor Pepe? Menos que nadie. El chico la lanzó una mirada que no pudo ser más expresiva.