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Actualizado: 1 de junio de 2025


No había tiempo que perder, porque el Rayo se desbarataba: casi toda la popa estaba hundida, y los estallidos de los baos y de las cuadernas medio podridas anunciaban que bien pronto aquella mole iba a dejar de ser un barco. Todos corrían con presteza hacia las lanchas, y la balandra, que se mantenía a cierta distancia, maniobrando con habilidad para resistir la mar, les recogía.

En aquella ciudad, á donde había llegado la fama de lo sucedido habían ya prevenido el insigne colegio de San Antonio y el Noviciado algunas lanchas en que salieron á recibir á los nuestros, y con el mayor cariño y amor que es imaginable, les procuraron reparar de los trabajos pasados, y por todo el tiempo que allí se detuvieron usaron con ellos de todas aquellas finezas de caridad que son tan propias y antiguas en aquella observantísima provincia de Portugal.

Hasta mañana. No faltes. No faltaré. Al día siguiente, entre dos y tres de la tarde, dos lanchas atracadas al muelle esperaban á los invitados para transportarlos al buque, que se veía anclado allá en medio del puerto. Era una corbeta de regular tamaño, negra, sólida, bien arbolada.

El muelle es un espolón de piedra que arranca de la calle mencionada hacia su promedio y avanza poco más de cien varas por el mar. Bajase a él por una rampa suave donde hay media docena de tabernas por lo menos y dos cafetuchos, el de la Marina y el Imperial. Unas y otros hierven de gente a todas horas, pero muy especialmente a la del crepúsculo, cuando llegan del mar las lanchas pescadoras y termina sus faenas la tripulación de los pataches y quechemarines anclados.

En las bocacalles por donde se descubría un cacho de mar, el señor de las Cuevas solía detenerse un momento para echar una ojeada escrutadora. Por ahora bonanza. Dentro de poco terral. ¿Las ves? dijo con expresión de triunfo al cabo de un instante. ¿Qué? Las lanchas, hombre, las lanchas. ¡Cómo lo han olido! No veo nada, repuso Gonzalo sacándose los ojos por columbrarlas en el horizonte.

Y en el centro de ese interesante anfiteatro de ondas azules, rocas, colinas, palacios y pequeños pinales, se destacaban las chimeneas y los mástiles de multitud de grandes y pequeños vapores, gigantescos navíos, bergantines y barcas, y se cruzaban caracoleando, impulsadas por el remo, centenares de lanchas ó faluchos pintados de colores, como mariposas volando sobre la tersa superficie de un lago.

Del mismo modo, embarcaciones de igual porte pueden venir de cualquiera parte del globo al puerto de San José, conducidas por los enemigos: y viniendo estas acompañadas de algunos navios, que traigan lo necesario para lo que quieran intentar al puerto de San José, de allí con muchísima facilidad pueden venir á este rio con las embarcaciones menores, dejando los navios asegurados en dicho puerto; y aun en las mismas lanchas de los navios, previniéndoles falcas, pueden venir al Rio Negro.

Además, como flotaban otros pontones en esta entrada del mar, unos se vigilaban a otros, y varias lanchas con gente armada recorrían las proximidades de los viejos navios, de noche.

El mar estaba agitado, «venía mucha agua», según la expresión de los viejos marineros de la playa, y los conductores de las lanchas ocupadas por los ruiseñores exóticos iban a poner a prueba su habilidad. Al menor descuido la ola estrellaba la embarcación contra las rocas o el muelle y el mundo perdía algunos millares de sis bemoles.

Me encontraba sobre una balsa informe que amenazaba desbaratarse por momentos. Al verme en tal situación, corrí hacia Marcial diciendo: «¡Me han dejado, nos han dejado!». El anciano se incorporó con muchísimo trabajo, apoyado en su mano; levantó la cabeza y recorrió con su turbada vista el lóbrego espacio que nos rodeaba. «¡Nada! exclamó ; no se ve nada. Ni lanchas, ni tierra, ni luces, ni costa.

Palabra del Dia

vorsado

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