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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Cerróse la puerta, y don Francisco se sentó en el dintel. Indudablemente, don Francisco había salido del cuarto de doña Clara Soldevilla en busca de Juan Montiño. ¿Y decís que él vendrá? Ha concluído ya su lance con don Bernardino, según me han dicho, y no debe tardar en ir á vuestra casa... porque también sé que vive en vuestra casa; tropezará con don Francisco, que le está esperando, y vendrá.
Entonces doña Anuncia, la hermana mayor, escribió a don Carlos, porque el caso era apurado. No le contaba el lance de la deshonra c por b, porque ni sabía cómo había sido, ni era decente referir a un padre tales escándalos, ni una señorita, una soltera, aunque tuviese más de cuarenta años, podía descender a ciertos pormenores.
Cuando llegué a la puerta me detuve y lancé al interior una mirada ansiosa: sentada de espaldas a mí, delante de un piano estaba una mujer. Seguía cantando. Yo me acerqué silenciosamente, atravesé la habitación y quedé de pie, inmóvil, detrás de ella.
En treinta años que llevo á bordo no me he visto en lance igual. ¡Los santos del cielo se apiaden de nosotros! Y muy particularmente confío yo en la protección del gran Santiago, en cuyo día hago voto de comerme otra carpa, además de la prometida ya para todos los días de vigilia del año....
Entonces mi mujer me preguntó por qué me reia, y yo la conté el lance, que la hizo reir tambien. No comprendo por qué; pero ello sucede que, las cosas más graves son las que nos causan más risa. Yo no pude menos de poner en verso esta peregrina aventura, aunque en Paris no tiene nada de peregrina, ni de extraordinaria.
La pacífica solución del «lance personal» dejaba sin embargo en blanco el problema de la culpabilidad del capitán Pérez. ¿Era traidor? ¿No era traidor?... Tal era el dilema que corría en todas las bocas. Unos se declaraban por la culpabilidad del capitán Pérez, otros por su inocencia. Y las discusiones violentas y sutiles arreciaban como en las grandes crisis políticas.
Me lancé sobre él con la rapidez del rayo, y asiéndole por la garganta lo atravesé de parte a parte. El miserable cayó sobre el cuerpo de su víctima, lanzándome una maldición. ¿Había muerto el Rey? Mi primer pensamiento fue para él y corrí a su lado. Parecía cadáver; tenía una enorme herida en la frente y permanecía inmóvil, tendido en el suelo.
Con el coraje que cualquiera puede suponer me lancé a ellos, diciendo en voz alta, casi a gritos: ¡Alto! ¿Adonde llevan ustedes a esa señorita? ¡Seferino, sálvame! gritó Gloria, tratando de acercarse a mí y siendo retenida fuertemente de un brazo por don Manuel. ¿Y a usted qué le importa? dijo éste con mirada y actitud agresivas, pero en voz baja.
Y como estaban en pleno bosque, se fue sobre Ojeda, besándolo a espaldas del hermano. La rápida aparición del automóvil en las inmediaciones de la Cascatinha había producido cierta alarma en Maltrana y sus compañeros. El testigo pacificador, que tanto había rogado a Isidro para impedir el lance, sintió gran miedo y no menor contento al notar la llegada del automóvil.
No era para dudar de que estos propósitos del ofendido caballero quedasen en tales, y así fué, que sabiéndolos algunos amigos, pusieron el caso en conocimiento del Asistente, que lo era entonces el conde de Palma, y éste, deseando evitar el lance, y con la esperanza de un arreglo, mandó llamar el mismo día á su casa al conde de Teba y á don Rodrigo de Zárate.
Palabra del Dia
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