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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Belarmino se hundió en una especie de marasmo o abstracción. El Aligator, triunfante, hacía guiños y visajes, preguntando por señas a los otros qué les había parecido la experiencia. De los demás, la mayor parte se retorcían, ahogando la risa; algunos enarcaban las cejas y fruncían el labio, remisos en aceptar el valor probatorio de la anterior experiencia.
Se detuvo el carro, y poco a poco fue saliendo de la parte delantera otro viejo, incorporándose trabajosamente con las riendas en la mano. Parecía el Padre Eterno. Sus barbas amplias de plata se extendían sobre el pecho y formaban una aureola de blancos vellones en torno de sus mejillas sonrosadas. El labio superior, cuidadosamente afeitado, era lo más limpio de su rostro.
Dormí, y soñé, y el sueño la tercera Causa le dió principio suficiente, A mezclar el ahito y la dentera. Sueña el enfermo, á quien la fiebre ardiente Abrasa las entrañas, que en la boca Tiene de las que ha visto alguna fuente. Y el labio al fugitivo cristal toca, Y el dormido consuelo imaginado Crece el deseo, y no la sed apoca.
Ramiro hizo con los hombros y el labio doble gesto de indiferencia. A una voz de la mujer llegaron dos silleteros con sus anchas correas. El mancebo no quiso meditar demasiado el grave peligro que corría al entregarse de aquel modo a cualquier treta criminal, y entró en la silla sonriendo. Los cueros estaban cosidos entre sí, de tal suerte que no dejaban penetrar el más débil rayo de luz.
Respirando aquel aire claustral de tristeza y de encierro, con el azoramiento instintivo de los niños en las grandes desgracias, sin una alegría, sin un compañero de su edad, gobernado por seres taciturnos que hablaban de continuo en voz baja, vivió Ramiro los obscuros días de su niñez. La menor expansión infantil, su misma sonrisa, hallaban siempre un dedo sobre un labio.
Se vió agitar del mártir la cabeza, Y su ojo frio se volvió á encender, Y desatado el labio á la palabra, Clamó: «Sois hijos de ochocientos diez!» En la llanura de la inmensa Pampa, Do de América el génio, firme estampa Su huella colosal; Do el Pampero con alas de gigante La nube azota y la ola que espumante Alza la tempestad.
Un áspero bigote cubre su labio superior, uno de esos bigotes duros y agresivos que surgen después de largos años de continua rasura. Su uniforme es viejo, desteñido por el sol y las lluvias. El paño amarillento tiene el color neutro de la tierra. Su brazo derecho pende inerte del hombro y se mueve al ritmo del paso, con el vaivén de las cosas inanimadas.
Acomodose D. Francisco en un banco que a la mano tenía. Teodoro, Carlos y Sofía se habían sentado en sillas traídas de la casa, y la Nela continuaba en el banco de piedra. La leche que acababa de tomar le había dejado un bigotillo blanco en su labio superior. Pues decía, Sr.
Tú no entiendes nada de eso, hija mía. Celestina no dijo palabra, muy ofendida por la observación de la abuela. Vi, en efecto, por su mirada despreciativa y por su labio en forma de pila de agua bendita, que las personas que hablaban de matrimonio eran sospechosas para ella; tan sospechosas, que tomó el partido de volvernos la espalda sin más ceremonia.
Sobre el labio superior, fino y violado cual los bordes de una reciente herida, le corría un bozo tenue, muy tenue, como el de los chicos precoces, vello finísimo que no la afeaba ciertamente; por el contrario, era quizás la única pincelada feliz de aquel rostro semejante a las pinturas de la Edad Media, y hacía la gracia el tal bozo de ir a terminarse sobre el pico derecho de la boca con una verruguita muy mona, de la cual salían dos o tres pelos bermejos que a la luz brillaban retorcidos como hilillos de cobre.
Palabra del Dia
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