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Actualizado: 19 de junio de 2025


Poco á poco fueron llegando varias familias atraidas por la fama de las alhajas del joyero: se saludaban deseándose las buenas pascuas, hablaban de misas, santos, malas cosechas, pero con todo iban á gastar sus economías en piedras y baratijas que vienen de Europa. Se sabía que el joyero era amigo del Cpn. General y no estaba de más estar en buenas relaciones con él por lo que pueda suceder. Cpn.

¡El joyero Simoun! interrumpió otro, pero ¿qué tiene que ver ese judío con las cosas de nuestro país? Y nosotros que le enriquecemos comprando... ¡Cállate! le dijo otro, impaciente y ansioso de saber como pudo vencer el P. Irene á tan terribles enemigos. Hasta había grandes empleados que estaban en contra de nuestro proyecto, el Director de Administracion, el Gobernador Civil, el chino Quiroga...

Kassim se levantaba al oir sus sollozos, y la hallaba en la cama, sin querer escucharlo. Hago, sin embargo, cuanto puedo por ti, decía él al fin, tristemente. Los sollozos subían con esto, y el joyero se reinstalaba lentamente en su banco. Estas cosas se repitieron, tanto que Kassim no se levantaba ya a consolarla. ¡Consolarla! ¿de qué?

Por las mañanas, antes de ir a la oficina, daba una vuelta por la casa: el general le encargaba algunos recados o visitas que no podía hacer personalmente ni confiar a ningún criado, la condesa, menos escrupulosa que su marido, le hacía muchas veces desempeñar oficios humildes: como comprar juguetes para los niños, pagar algunas cuentas al joyero, etc.

La querida de Salabert se acercó a ellos sonriente, saludándoles con efusión, particularmente a Pepe Castro. Este le apretó la mano sin perder de su gravedad ni separar la boquilla de los dientes, lo mismo que a un camarada a quien se acaba de ver en el café. ¿Adónde vais, granujas? Pues a casa de Calderón a pasar un rato. Venid conmigo. Voy a comprar un joyero.

El joyero, sordamente irritado contra su cabeza blanca y sus arrugas, gustaba de envejecer a los demás, creyendo remozarse de tal modo, y por esto insistió en aumentar los años de Isidro, sin hacer caso de sus protestas. Entraban en el comedor poco a poco todos los jóvenes que se habían mantenido ocultos hasta entonces en sus camarotes.

Y como el chino no entendía de gustos femeniles y quería ser galante, pidió los tres mejores brazaletes que el joyero tenía, que costaban de tres á cuatro mil pesos cada uno.

El muerto sería entonces el Ibarra que vendría para morir sobre la tumba de su antepasado, y su deseo de ser quemado se explica muy bien por su estancia en Europa donde se estila la cremacion. ¿Entonces quién era el otro, el vivo, este joyero Simoun, entonces de apariencia miserable y que ahora volvía cubierto de oro y amigo de las autoridades?

La escolta entre la cual va como preso, aunque satisfecho el menguado, no obedece mas voluntad que la del déspota Almanzor, y cuando le haya dejado solazarse unas cuantas horas entre los arrayanes y cipreses de la quinta regia, adonde ahora le conduce, volverá á depositarlo en su alcázar, como se deposita en su joyero una rica insignia de que se ha hecho el uso oportuno en una pública ceremonia.

Yo no hago política, y si he firmado la peticion para la enseñanza del castellano ha sido porque en ello veía un bien para los estudios y nada más. Mi destino es otro, mi aspiracion se reduce á aliviar las dolencias físicas de mis conciudadanos. El joyero se sonrió.

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