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Actualizado: 19 de junio de 2025


Simoun había venido ya cenado y hablaba en la sala con algunos comerciantes que se quejaban del estado de los negocios: todo iba mal, se paralizaba el comercio, los cambios con Europa estaban á un precio exhorbitante; pedían al joyero luces ó le insinuaban algunas ideas con la esperanza de que se las comunicase al Capitan General.

Tikâ, la pellizcó temiendo que por ello encareciese más sus alhajas el joyero. Cpna. Tikâ seguía pellizcando á su hija aun despues que se hubo casado. Ahí tiene usted brillantes antiguos, repuso el joyero; ese anillo perteneció á la princesa de Lamballe, y esos pendientes á una dama de María Antonieta.

En medio del silencio que reinaba en la casa, turbado solo por alguno que otro debil ronquido que partía del vecino aposento, Basilio oyó pasos ligeros en las escaleras, pasos que cruzaron despues la caida dirigiéndose á donde él estaba. Levantó la cabeza, vió abrirse la puerta y con gran sorpresa suya, aparecer la figura sombría del joyero Simoun.

Apreciaba las cosas con la serenidad de un joyero que ensaya alhajas de calidad dudosa, y rara vez se engañaba al elegir las que merecían la pena de consagrarlas tiempo y trabajo. Había tenido protectores. No consideraba que fuera deshonor solicitar apoyo, porque él sólo proponía un trueque de valores equivalentes.

Basilio sintió que su corazon latía debilmente, que sus piés y manos se enfriaban y que la negra silueta del joyero adquiría contornos fantásticos, circundados de llamas. Allá se detenía Simoun al pié de la escalera y como dudando; Basilio no respiraba. La vacilacion duró poco: Simoun levantó la cabeza, subió resueltamente las escaleras y desapareció.

Eran tres nada más: un joyero viejo que venía de visitar sus sucursales de América y dos muchachas comisionistas de la rue de la Paix, las personas más modositas y tímidas de á bordo, vestales de ojos alegres y nariz respingada, que se mantenían aparte, sin permitirse la menor expansión en este ambiente poco grato. Por la noche hubo banquete de gala.

¡Muy bien! dijo á otros sudamericanos que ocupaban las mesas inmediatas . Hay que reconocer que han estado muy gentiles. Luego, con la vehemencia de sus veintisiete años, acometió en el antecomedor al joyero, echándole en cara su mutismo. Era el único ciudadano de Francia que iba á bordo. Debía haber dicho cuatro palabras de agradecimiento. La fiesta terminaba mal por su culpa.

Esos que son entierros baratos, P. Camorra, ¿éh? dijo Ben Zayb. Siempre he dicho yo que son filibusteros los que no pagan entierros pomposos, contestó el aludido riendo con la mayor alegría. Pero ¿qué le pasa á usted, señor Simoun? preguntó Ben Zayb viendo al joyero, inmóvil y meditabundo. ¿Está usted mareado, ¡usted, viajero! y en una gota de agua como esta?

¿Y por qué no ha hablado usted, que es hijo de francés? dijo el otro. Yo soy ciudadano argentino contestó Julio. Y se alejó del joyero, mientras éste, pensando que «podía haber hablado», daba explicaciones á los que le rodeaban. Era muy peligroso mezclarse en asuntos diplomáticos.

Aquí tienen ustedes dos brillantes negros, de los más grandes que existen, repuso el joyero: son muy difíciles de tallar por ser los más duros... Esta piedra algo rosada es tambien brillante, lo mismo que esta verde que muchos toman por esmeralda.

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