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Actualizado: 19 de junio de 2025
De modo que el joyero Simoun que pasaba por indio inglés, portugués, americano, mulato, el Cardenal Moreno, la Eminencia Negra, el espíritu malo del Capitan General como le llamaban muchos, no era otro que el misterioso desconocido cuya aparicion y desaparicion coincidían con la muerte del heredero de aquellos terrenos.
No, no; pero las consecuencias... Mira, Clara, ve á mi joyero, busca uno de los lazos de diamantes de los seis que sabes... y tráemelo... tráete también unas tijeras. Doña Clara salió de la cámara por una puerta opuesta á la por donde había entrado y volvió á poco; traía un lacito de oro y diamantes, cuyo nudo podía contener en la parte interior un grueso como de un dedo.
Fuera del círculo, los salvajes, arrastrados de su entusiasmo y veneración por el crédito, lo hacen jugar en casi todas sus relaciones con el sastre, el casero, el constructor de coches, el importador de caballos, el joyero, etc., sin mencionar aquí otras grandes operaciones de la misma clase que de vez en cuando realizan con algún banquero o propietario.
Miraba ella a todos lados con aire distraído, y evitando poner sus ojos en la mesa cercana. Al terminar el desfile, cuando la alegría general hacía conversar a unos grupos con otros, las obsequiosidades de Munster le hicieron volver el rostro hacia los vecinos. El joyero, con una cortesía melosa, elevaba su copa de champán en honor de la señora.
FRAICHEROSE. ¡Picaronazo...! ¡Cómo cambias de conversación...! Esto no es obstáculo para que yo te recuerde que una hora después, en la calle de la Paz, delante de la tienda de Saste, el joyero, te señalé una sortija, diciéndote: «¡Si quieres saber por qué suspiraba, regálamela...!»
El chino, afectando candidez, con su sonrisa la más acariciadora dijo á la dama que escogiese el que más le gustase, pero la dama, más cándida y más acariciadora todavía, declaró que todos los tres le gustaban y se quedó con ellos. Simoun soltó una carcajada. ¡Ah, siñolía! ¡mia pelilo, mia luinalo! gritaba el chino dándose ligeras bofetadas con sus finas manos. El joyero continuaba riendo.
Le había acompañado en un viaje y por cierto que Simoun se había mostrado muy amable con él contándole la vida que se lleva en las Universidades de los paises libres: ¡qué diferencia! Plácido le siguió al joyero. ¡Señor Simoun, señor Simoun! dijo. El joyero en aquel momento se disponía á subir en un coche. Así que conoció á Plácido, se detuvo.
Calló por unos instantes, mientras sus ojos seguían explorando el salón entre el boscaje de adornos multicolores. El viejo médico comía lentamente, preocupado con el funcionamiento de su dentadura, de una regularidad y una brillantez equívocas. El joyero, entre plato y plato, calábase los lentes para examinar a las señoras, como si inventariase el valor de sus diamantes.
¿Y el relicario de María Clara? preguntó Sinang. ¡Es verdad! exclamó el hombre, y un momento sus ojos brillaron. Es un relicario con brillantes y esmeraldas, dijo Sinang al joyero; mi amiga lo usaba antes de entrar de monja. Simoun no contestó: seguía ansioso con la vista á Cabesang Tales. Despues de abrir varios cajones dió con la alhaja.
Este hizo una seña al joven, dejaron la calzada y se internaron en un laberinto de senderos y pasadizos que formaban entre sí varias casas; tan pronto saltaban sobre piedras para evitar pequeñas charcas, como se bajaban para pasar un cerco mal hecho y peor conservado. Estrañábase Plácido de ver al rico joyero andar por semejantes sitios como si estuviese muy familiarizado con ellos.
Palabra del Dia
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