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Actualizado: 19 de junio de 2025


Chichoy sacudió la cabeza sonriendo. ¡El joyero Simoun! ¡¡¡Simoun!!! Un silencio, producido por el asombro, sucedió á estas palabras. Simoun, el espíritu negro del Capitan General, el riquísimo comerciante en cuya casa iban para á comprar piedras sueltas, ¡Simoun que recibía á las señoritas de Orenda con mucha finura y les decía finos cumplidos!

Ben Zayb dió gracias al «Omnipotente que vela por tan preciosa vida» y ha manifestado la esperanza de que el Altísimo hará que un día se descubra al criminal, cuyo delito permanece impune gracias á la caridad de la víctima, que observa demasiado las palabras del Gran Mártir: ¡Padre, perdónalos que no saben lo que hacenEstas y otras cosas más decía Ben Zayb en impreso, mientras que de boca indagaba si era cierto el rumor de que el opulento joyero iba á dar una gran fiesta, un banquete como jamás se ha visto otro, parte como celebrando su curacion, parte como una despedida al país en donde había aumentado su fortuna.

Don Tiburcio no se dejó convencer; cojera era su propia cojera, sus señas personales; eran intrigas de Victorina que le quería tener á toda costa vivo ó muerto, como desde Manila había escrito Isagani. Y el pobre Ulises dejó la casa del sacerdote para esconderse en la cabaña de un leñador. Ninguna duda abrigaba el P. Florentino de que el español buscado era el joyero Simoun.

Simoun le cortó la palabra con un gesto y como pronto iba á amanecer, dijo: Joven, no le recomiendo á usted que guarde mi secreto porque que la discrecion es una de sus buenas cualidades, y aunque usted me quisiere vender, el joyero Simoun, el amigo de las autoridades y de las corporaciones religiosas merecerá siempre más crédito que el estudiante Basilio sospechoso ya de filibusterismo por lo mismo que siendo indígena se señala y se distingue, y porque en la carrera que sigue se encontrará con poderosos rivales.

Allí la piedad está representada por un Cristo vulgar colocado de una manera contraria a las conveniencias». «¡Lástima concluía Obdulia, sin sentir lástima , que un bijou tan precioso se guarde en tan miserable joyero!». «¡Ah! debía confesar que el juego de cama era digno de una princesa. ¡Qué sabanas! ¡Qué almohadones! Ella había pasado la mano por todo aquello, ¡qué suavidad!

Al día siguiente, con gran sorpresa del barrio, pedía hospitalidad en casa de Cabesang Tales el joyero Simoun, seguido de dos criados que cargaban sendas maletas con fundas de lona. En medio de su miseria, aquel no se olvidaba de las buenas costumbres filipinas y estaba muy confuso al pensar que no tenía nada para agasajar al estrangero.

Entonces Jerónimo quiso conocer á la duquesa, y la conoció. Vió que los cabellos de la duquesa eran rubios, del mismo color que el rizo que estaba encerrado en el medallón. Después preguntó quién era ó había sido el joyero del duque de Gandía. Dijéronselo, y le buscó, y en secreto le preguntó, presentándole un brazalete, si lo había él fabricado.

En aquel momento daban los relojes de las iglesias las diez y media. Dos horas despues, Plácido dejaba la casa del joyero, y grave y meditabundo seguía por la Escolta, ya casi desierta apesar de los cafés que aun continuaban bastante animados. Alguno que otro coche pasaba rápido produciendo un ruido infernal sobre el gastado adoquinado.

El tono con que hablaba el joyero era tan serio, y apoyaba su frente contra la punta del dedo índice como en señal de gran cavilacion, que el P. Camorra contestó muy serio: ¡Quién sabe, quién sabe! Y pues que de leyendas se trata, y entramos ahora en el lago, repuso el P. Sibyla, el Capitan debe conocer muchas...

Su marido, hábil artista aún, carecía completamente de carácter para hacer una fortuna. Por lo cual, mientras el joyero trabajaba doblado sobre sus pinzas, ella, de codos, sostenía sobre su marido una lenta y pesada mirada, para arrancarse luego bruscamente y seguir con la vista tras los vidrios al transeunte de posición que podía haber sido su marido.

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