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Actualizado: 19 de junio de 2025


Pero Basilio había olvidado que iba miserablemente vestido; el portero le detuvo, le interpeló groseramente, y al ver su insistencia, le amenazó con llamar á una pareja de la Veterana. En aquel momento bajaba Simoun ligeramente pálido. El portero dejó á Basilio para saludar al joyero como si pasase un santo.

Queme la carta.» E... e... esta Victorina, ¡esta Victorina! había tartamudeado don Tiburcio; e... e... es capaz de hacerme afusilar. El P. Florentino no le pudo detener: en vano le hizo observar que la palabra cojera querrá decir cogerá; que el español escondido no debe ser don Tiburcio sino el joyero Simoun, que hace dos días había llegado, herido y como fugitivo, pidiendo hospitalidad.

Vió en la sala la multitud rodeando á Simoun, y contemplando la lámpara; oyó varias felicitaciones, exclamaciones de admiracion; las palabras «comedor, estreno» se repitieron varias veces; vió al General sonreirse y conjeturó que se estrenaría aquella misma noche segun la prevision del joyero y, por cierto, en la mesa donde iba á cenar Su Excelencia.

El joyero era un hombre seco, alto, nervudo, muy moreno que vestía á la inglesa y usaba un casco de tinsin. Llamaban en él la atencion los cabellos largos, enteramente blancos que contrastaban con la barba negra, rala, denotando un orígen mestizo.

La única conjetura que se le ocurría era que, habiéndose ya marchado el General, el amigo y protector del joyero, probablemente los enemigos de éste, los atropellados, los lastimados, se levantaban ahora clamando venganza, y el General interino le perseguiría para hacerle soltar las riquezas que había acumulado. ¡De ahí la huida!

Solicitó la absoluta, y se cortó para siempre los bigotes, que conservó en una especie de joyero, con la siguiente inscripción: Mis bigotes de la Guardia Real. Sus subordinados todos, oficiales y soldados, sentían por él gran estima, pero también gran terror.

Allí estuvo yendo y viniendo, recorriendo tiendas sin fijarse en los objetos, con el pensamiento en Hong Kong para vivir libre, enriquecerse... Iba ya á abandonar la feria cuando creyó distinguir al joyero Simoun despidiéndose de un estrangero y hablando ambos en inglés.

Como faltase dinero para la guerra entregó la mayor parte de sus alhajas al joyero Cortizos y envió a su esposo ochocientos mil escudos: fueron necesarios más, y por el Conde de Castrillo mandó a Zaragoza las joyas que le quedaban; con lo cual viéndose el Conde-Duque amenazado por la impresión que tan noble conducta causase en el animo de Felipe IV, y deseando contrarrestarla de cerca, se determinó a volver a Madrid en Diciembre: pero su caída era ya inevitable.

Despues encerróse en su aposento y pareció sumido en profundas reflexiones. Desde su enfermedad, el rostro del joyero se había vuelto más duro y más sombrío, se había profundizado mucho la arruga entre ceja y ceja. Parecía algo encorvado; la cabeza ya no se mantenía erguida, se doblaba. Estaba tan absorto en su meditacion que no oyó llamar á la puerta. Los golpes tuvieron que repetirse.

El joyero había estado mucho tiempo en la América del Norte. Todos encontraban grandioso el proyecto y así lo manifestaban en sus movimientos de cabeza.

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