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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Cuántas joyas ¿eh? murmuraba con entusiasmo Goicochea. Esto sólo se ve en este país. Aquí hay religión y riqueza. El doctor pensaba involuntariamente en el sucio y doliente rebaño de las minas, calculando en cuánto habría contribuido su miseria á aquellos regalos inútiles, colocados por la fe y la ostentación de unos pocos, sobre un madero tallado.
Luego añadió con malignidad: Debo advertirle que tiene usted un rival. ¡Mucho cuidado, Ferragut! Volvió la cabeza para mirar al oscricario. Estaba ocupado en la contemplación da una gruesa señora de pelo gris y abundantes joyas, una viajera escoltada por su marido, que acogía con extrañeza las ojeadas asesinas del vendedor, sin llegar á explicárselas.
Sería yo una de las mujeres más dichosas si no hubiese perdido aquellas dos joyas de mi maternal corona: ¡ah! ¡qué gran vacío encuentro sin su compañía cuando al caer de la tarde paseo por mi jardín! ¡mis ojos y mis sentidos todos las buscan inútilmente por todas partes!
Pudiera suceder que las olas tuviesen más caridad que algunos corazones, y esta noche nos arrojasen alguna cosa, remedio de nuestra pobreza. ¡Las olas no tienen caridad! Para muchos la tuvieron.... Y no hay otra playa como esta, adonde salgan tantas tablas de navíos. Y por veces cosas de gran riqueza.... Plata fina, y joyas.... ¡Y también algún ahogado comido de los peces!
Necesitaba un abogado: era extranjera; la opinión pública, influenciada por los exagerados relatos de los periódicos sobre su belleza y sus joyas, mostraba una animosidad feroz, pidiendo su pronto castigo. Nadie quería encargarse de su defensa, y por eso mismo él la había aceptado, sin miedo á la impopularidad.
Al poema del Cid siguió la traduccion del Fuero Juzgo, y el código de las Partidas, cuyo autor, el célebre D. Alonso el Sabio, fué como Solon, poeta al mismo tiempo que legislador. Sus cántigas y sus coplas de arte mayor, verdaderas joyas poéticas, contribuyeron inmensamente á pulir el tosco lenguaje de aquella época de barbárie.
Olvidado casi de la tragedia que dejaba a su espalda, dando su libertad por segura, y sin otro torcedor que el que iba renovando en su conciencia el recuerdo de sus amores con la morisca, malbarató las últimas joyas y vendió su embarazoso rocín, para juntar de esta suerte algunos doblones que le evitaran por algún tiempo las ruines urgencias del dinero.
¿Qué hacéis? dijo asustada Esperanza. Yo no me atrevo á entrar dijo el duque. Y entonces, ¿para qué queríais que abriese? Para que salieras tú... ¡Pero Dios mío!... yo no os conozco. ¿Y qué te importa?... Sí, sí dijo con energía Esperanza ; venís encubierto, podéis ser un ladrón, haberme dado esas joyas y ese dinero para engañarme.
En seguida María Antonia le volvió la espalda y se apartó de aquel sitio. Salieron a relucir las galas y las joyas que se custodiaban en el fondo del arca. María Antonia no parecía ya la penitente. Estaba vestida, harto ligeramente vestida, como en la noche de la tentación y de la cena. Había vuelto la espalda a Dios y dádose de nuevo al diablo.
Un día en que, vestida de seda, y deslumbrando a todos con sus joyas, cubierta con una magnífica mantilla de encajes, entraba en casa de la duquesa, se encontró allí con el padre de esta, el marqués de Elda, y con el obispo de... El marqués era un anciano grave, de los más chapados a la antigua. Era por los cuatro costados español, católico y realista neto.
Palabra del Dia
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