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Actualizado: 13 de junio de 2025
Ella se contentaría con un beso el día de las victorias, endulzaría con una frase las amarguras, y lejos de pensar que el matrimonio es el egoísmo de dos, sus ensueños de ventura se lo hicieron vislumbrar como la abnegación de uno solo. Josefina no amaba todavía a Félix.
La duquesa, apartando cariñosamente a la niña y recatándose de ser oída, asió a su marido fuertemente del brazo, diciéndole: ¿Qué has hecho? Aldea es hijo natural. Pero este nombramiento, repuso Algalia, a quien por el momento sólo podía preocupar su senaduría, ¿qué quiere decir, a qué viene darme tan gran prueba de afecto? Félix está enamorado de Josefina, contestó Margarita.
Como esto no podía ser, se exasperaba, se ponía loca como una fiera hambrienta. ¡Calla! La niña no podía; dejaba escapar un gemido. ¡Calla! repetía, acompañando la orden de algunos golpes. Josefina trataba de callar, hacía esfuerzos desesperados por conseguirlo; pero la respiración ansiosa se escapaba a su pesar, produciendo un gemido. Más golpes. ¡Calla o te mato!
Fernanda también la contemplaba con vivo interés, con una intensa curiosidad que le hacía abrir extremadamente los ojos. Josefina tenía seis años, la tez nacarada, los ojos de una dulzura infinita, azules y melancólicos; algo de triste y enfermizo en toda su diminuta persona. El parecido con el conde saltaba a la vista. Cuando la niña le dejó, los ojos de aquél chocaron con los de Fernanda.
Tiró de la campanilla y dijo con singular inflexión a la doncella que acudió: Paula, que traigan un vaso de agua. Pocos instantes después se presentó Josefina, pobremente vestida, con un mandilito de tela burda, calzados los pies con toscos zapatos, soportando trabajosamente entre sus pequeñas manos una bandeja con vaso de agua y azucarillo. Los tertulios quedaron estupefactos. Luis empalideció.
Y en efecto, al recibir ésta el papelito experimentó satisfacción, lisonjeada en su vanidad y en sus instintos. ¿Sabes lo que dice este papel? le preguntó relamiéndose. Josefina hizo un signo negativo. Leía todavía mal el manuscrito, sobre todo escribiendo tan descuidadamente como lo había hecho la señora. La costurera le obligó a deletrear aquellas palabras hasta que se enteró bien de ellas.
Ya ves que me manda castigarte por lo que has hecho ayer. Al decir esto sonreía dulcemente, como si le noticiase que le iba a regalar alguna golosina. Josefina la miró sorprendida. ¿Castigarme? Madrina ya me ha hecho dormir en el suelo. No importa, eso es poco para maldad tan grande como escaparse de casa. Habrá que darte algunos azotes.
Con aquella pasión ardorosa, con aquel amor lleno de misterio y placer se había unido también la afición a la criatura. Pero los martirios que su cólera insensata le había hecho padecer abrió entre ellas un abismo. Josefina jamás amaría a su verdugo. La pobre niña, vestida con ricos trajes, vagaba sola por el palacio de Quiñones, sin hallar en nadie ternura. Amalia huía, de ella.
La duquesa le agasajó con esas distinciones que guarda la mujer bonita para quien rinde pleito homenaje a su hermosura, y Josefina, acostumbrada a la trivial conversación de gomosos insulsos, sintió hacia él profunda simpatía.
Tal cual era Josefina, muchas señoritas la imitaban, porque, según se decía, «sacaba las novedades»; y aunque tachándola de exagerada y rara, a veces, con el rabillo del ojo observaban las innovaciones de indumentaria que lucía, para reproducirlas al punto.
Palabra del Dia
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