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Sorbete Josefina García estaba aquella noche muy compuesta y emperejilada en el paseo de las Filas, y la acompañaban las de Sobrado. Cuanto se ponía Josefina ajustábase siempre a los últimos decretos de la moda, no sin cierta exageración y nimiedad, que olía a figurín casero.

De todos modos puedes estar segura de que mi remordimiento está endulzado por el recuerdo dulcísimo de los años que te he amado. Adiós. Escríbeme alguna palabra amableLa capitulación. Josefina se demacraba. Sus mejillas tenían la palidez de la cera.

Josefina entró en el cuarto de la duquesa resuelta a descubrir francamente la inclinación que hacia Félix sentía, pidiendo a su madre ayuda para que pudiese aquel hombre ir decorosamente a la casa; pero frente a Margarita la energía y la resolución dieron en tierra; rompió a llorar, y balbuceó entre temores lo que se había propuesto decir claro.

Con esta duda tropezaba Josefina al fin de todas sus cavilaciones. LLEGÓ el día del santo de la duquesa, y, como de costumbre, se festejó en familia con una comida, que si tenía sus puntas y ribetes de pretencioso convite, no carecía de cierto aspecto de intimidad, pues sólo asistieron a ella los más asiduos amigos de la casa, Félix Aldea entre ellos, y el joven pero venerable capellán.

Perdóname el haberte engañado y procura ser feliz, como lo desea tu mejor amigo LuisTrazó los renglones de esta carta con mano trémula. Antes de terminar, algunas lágrimas asomaron a sus ojos. Josefina duerme. El noble maestrante fácilmente dio con el autor de su deshonra. Así que leyó el anónimo y se recobró del susto, sus sospechas fueron a parar al conde de Onís.

Rechazar el pecado valerosamente, purificarse, librarse del fuego eterno... y además poseer a Fernanda. Hacía tiempo que sus relaciones criminales no tenían más que un punto luminoso, Josefina. Si no fuese por ella, se hubiera marchado de Lancia.

Pasó de mano en mano el leve fardo, hasta llegar a Josefina, que lo devolvió a la portadora muy deprisa, declarando que olía mal. No ven el agua ni una vez en el año decía confidencialmente a su cuñado doña Dolores y salen más fuertes que los nuestros. Yo, matándome, y sin poder conseguir que esa Lola se robustezca.

Manín se sentó de nuevo para engullir el pan que quedaba y beber otro vaso de lo blanco. Josefina mientras tanto sollozaba en un rincón, llevándose las manos heridas a la boca, palpándose las mejillas acardenaladas por los ballenatos. Manín se dignó echar hacia ella una mirada.

¡Hija de mi alma, que retefeísima te han puesto! exclamó María la planchadora con acento de duelo, pero sin poder reprimir la risa. No digas eso, mujer repuso Concha con dejillo amargo. ¡Si está preciosa! Era una mujer de veinticinco años o más, extremadamente pequeña, casi tan pequeña como Josefina, de ojos hundidos y ariscos, a quien todos los criados de la casa temían.

No, seguramente, pues harto podía comprender Margarita de Algalia que nunca faltarían a Josefina ocasiones de ventajosa y feliz boda. Ni su corazón de madre, ni su orgullo de dama podían tolerar suposición semejante. Sólo por las conversaciones de sus padres, y al cabo de varios días, supo Josefina el alejamiento de Aldea.