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Actualizado: 16 de julio de 2025
Mientras pelea con él y lo vence, ve á la princesa Florida, hermana de su enemigo, haciendo en él su belleza la más viva impresión; pero no atreviéndose á permanecer con su verdadero nombre en la corte, se resuelve, aconsejado por la princesa Olimba, encantadora que lo favorece, á disfrazarse de jardinero para estar cerca de su amada; un filtro amoroso que prepara su protectora ha de inclinar á su favor el ánimo de Florida.
Ella misma limpiaba su dormitorio, para evitar un quehacer á la vieja doncella. No quería admitir la ayuda de Valeria. Cada una corría con el arreglo de su propia habitación, ya que la servidumbre era escasa. Además, entraba en la cocina algunas veces, y hasta por su gusto habría ayudado al jardinero en el cultivo de la pequeña huerta.
Lo único que entristecía al jardinero era contemplar la decadencia de su querida catedral. Las rentas del arzobispado y las del cabildo habían sufrido gran merma con la guerra. Había ocurrido lo que en las inundaciones, que, al retirarse, arrastran árboles y casas, dejando el terreno yermo y desabitado.
El profundo respeto con que le saludó hizo que la reconociese: la hija del jardinero. Pero al mismo tiempo le miraba hipócritamente, con una curiosidad mal disimulada, como si sus pupilas estableciesen una separación entre el amo venerado por sus padres y el buen mozo al que adoraban las mujeres y del que había oído contar tantas cosas.
En las Claverías se desocupaban muchas habitaciones; un silencio de cementerio reinaba allí donde antes se aglomeraba todo un pueblo falto de espacio. El gobierno de Madrid había que ver con qué expresión de desprecio subrayaba el jardinero estas palabras andaba en tratos con el Santo Padre para arreglar una cosa que llamaban Concordato.
Tenía Gabriel dieciocho años cuando perdió a su padre. El viejo jardinero murió tranquilo viendo a toda su familia al servicio de la catedral, sin que se interrumpiese la sana tradición de los Luna.
Entró resueltamente en el pequeño jardín, y le pareció distinguir sobre unas matas el rostro azorado del jardinero asomando un momento para volver á ocultarse con precipitación... ¡Algo rara la curiosidad de este hombre y su gesto despavorido! Pero huía, y el príncipe alabó su prudencia. Fué subiendo, con palpitaciones de emoción, los cuatro escalones de la puerta.
»A cada instante volvíamos la cabeza para preguntar al jardinero: » ¿Puedo cortar ésta? » Sí. » ¿Y ésta? » También. » ¿Y esta otra? » También; y lo mismo las demás. »Estábamos trastornados de alegría. En poco rato reunimos no dos ramos, sino dos gavillas de flores. » ¿Y quién va a cargar con todo eso? me dijo el jardinero. » Nosotros. Vea usted replicamos levantando en alto cada uno su ramo.
Detrás de ella extendíase un jardín en el que crecían entremezcladas y en desorden todas las plantas de la creación y sin que nadie se preocupara de ellas. Creo que no había recuerdos en memoria humana, de que se hubiera visto nunca por allí, un jardinero que podase los árboles o arrancase las malezas, que brotaban a gusto, sin que ni a mi tía ni a mi se nos ocurriese ocuparnos de ello.
El buen jardinero saludaba con igual entusiasmo al cárdena borbónico odiado de los reyes, que al prelado con patillas que hacía temblar a toda la diócesis con su genio acre y desabrido y sus arrogancias de revolucionario absolutista.
Palabra del Dia
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