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Cuando llegaron, jadeantes y doloridos, a un sitio resguardado de la terrible lluvia de piedras, la herida del marroquí chorreaba sangre, tiñendo de rojo su faz amarilla. Lo extraño era que el descalabrado callaba, y la que había salido ilesa ponía el grito en el cielo, pidiendo rayos y centellas que confundieran a la infame cuadrilla.

Por fin, las barreras se abren, el pueblo se precipita y las inmensas galerías que rodean la arena se llenan de espectadores jadeantes de deseo y de impaciencia. ¡Plaza! ¡plaza al alcalde, a la Junta y al señor gobernador!

Los cazadores regresaban hacia la casita, donde se oía chisporrotear una gran hoguera de sarmientos. Conversaban con la escopeta al hombro, discutían los disparos hechos, y mientras tanto sus perros seguíanles jadeantes, con la lengua colgando... Van a almorzar me dijo mi compañero; vamos a hacer nosotros lo mismo que ellos.

¡Oh, mientras el ancho sol ocultábase allá abajo y se alejaban todos jadeantes, agrandando sus sombras sobre los terrones de los surcos y las sendas húmedas con el sereno del crepúsculo, cómo maldecía yo, cómo odiaba a toda la banda, hombres y animales!... Ni mi compañero ni yo podíamos lanzar, como de costumbre, unas notitas de despedida a ese día que expiraba.

Eran de la señora de Goycochea y otras nobles matronas de una majestad paquidérmica. «¡PobrecitosCreyó ver en ellos gañanes tendidos, con los remos abiertos, respirando jadeantes después de la dura labor; cargadores en mangas de camisa que se limpiaban, renegando, la humedad de la frente luego de haber llevado un piano a cuestas.

Jacinta fue tras él con la sombrilla levantada. «Que no me coges». «A que ». «Que te mato...». Y corrieron ambos por el desigual pavimento lleno de yerba, él riendo a carcajadas, ella coloradita y con los ojos húmedos. Por fin, ¡pum!, le dio un sombrillazo, y cuando Juanito se rascaba, ambos se detuvieron jadeantes, sofocados por la risa.

Diez minutos después, cuando llegaron jadeantes a lo alto de la roca, vieron, a mil quinientos metros por debajo de ellos, la columna enemiga, que se componía de unos tres mil hombres, luciendo amplios uniformes blancos, obscuros correajes, polainas de paño, los chacós muy anchos y los bigotes rojos; los oficiales, con gorras de plato, marchaban en el espacio que separaba unas compañías de otras, contoneándose a caballo, con la espada en la mano y volviéndose de vez en cuando, para gritar con voz aguda: Worwaerts!, worwaerts! .

Una nota cómica, al par que repugnante, del saqueo de La Maya, fué sin duda la que ofrecieron las mujeres negras que acompañaban á los alzados, las cuales, con un refinamiento de coquetería verdaderamente salvaje, penetraban en los establecimientos y casas particulares, y haciendo caso omiso de otro botín más valioso, se apoderaban con avidez de los frascos de perfume, que destapaban de cualquier modo, y vertían el contenido de los mismos sobre sus cuerpos sudorosos y jadeantes.

Sonaban penosos ronquidos, respiraciones jadeantes, cortando con su estertor animal el augusto silencio de la tarde. Parecía recogerse el mar, adormecido igualmente, sin otro rumor que el del roce de sus espumas en los flancos del navío. Un crujir de pasos sobre la madera hacía entreabrir algunos ojos, que tornaban a cerrarse apenas se alejaba el paseante importuno.

La noche nos sorprendió jadeantes, empapados en sudor, pero alegres y triunfantes después de dos horas de esfuerzos; y á poco rato el canto melancólico de todos los marineros, hiriendo el eco de las selvas, nos dió una nueva impresion. A las diez de la noche el puente del vapor tenia un aspecto singular.