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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Al abandonar la sala entró el marqués en el taller de Jacques, quien no pudo reprimir, al ver a su antiguo amigo, un movimiento de sorpresa y de embarazo.
Pero, en fin, humildemente le ofrezco lo poco que yo soy. ¿Quiere usted ser la madre de mi hija?... ¿Nos rechaza a ella y a mí? »De usted respetuosísimo servidor siempre y en todo caso, Jacques Fabrice.»
Pero la señora de Aymaret no pareció ni admirada ni enojada, porque desde el día que vio cómo Beatriz rechazara las proposiciones de Pierrepont, quedó convencida, por el lenguaje un tanto equívoco y las semi-confidencias de su amiga, de que ella tenía algún oculto amor, y a fuerza de reflexionar vino a dar en la flor de que entre todos los huéspedes de los Genets únicamente Jacques Fabrice, gracias a su talento y a su renombre, podía justificar la pasión de que Beatriz parecía dominada.
¿Crees preguntó Jacques que Beatriz querrá a mi hija, que se portará bien con ella? ¿Por qué suponer lo contrario? ¡Es verdad!... ¿De manera que tu tía me permite que lleve la niña a los Genets? No sólo lo permite, lo desea. De nuevo quedaron en silencio. Y bien, querido maestro, ¿es cuanto deseas que yo te diga?
Eso prueba que es un malvado y nada más. Lo he echado de mi casa. ¡Bien hecho! aunque has tardado demasiado en hacer esa ejecución. Y, sin embargo, me ha turbado... esto no puedo decirlo sino a un antiguo amigo como tú lo eres... Sí, me ha turbado... Me ha dejado dudas... ¿Dudas sobre una mujer como la tuya? ¡Vamos, Jacques, estás loco!
Al día siguiente, mucho antes de la hora habitual, Jacques se hallaba en el sitio de la cita, ocupando el banco que había escuchado la conversación de la víspera.
Jacques, por íntima complexión bondadoso, reía a más no poder de la gárrula charla de Gustavo y de su pintura por el método de las gesticulaciones, mas lo que no le perdonaba fácilmente era el desorden de su vida, que entera se deslizaba en cafés y cervecerías, y aun más lo disgustaba el perverso espíritu de envidia, la hostilidad maldiciente con que denigraba a todo lo que valía más que él.
Una moneda arrojada al aire indicó que Fabrice debía tirar el primero; rompió, pues, sus fuegos y alojó sus dos primeras balas en el interior del segundo círculo; Pierrepont, más inhábil esta vez, o menos dichoso, perdió una de sus balas en la plancha, la otra tocó el cartón. Este primer pase aseguraba, por consecuencia, cuatro puntos a Jacques y uno solo a Pierrepont.
Jacques prorrumpió en una exclamación de alegría, corriendo hacia Pedro, a quien la cordial acogida del pintor certificó en seguida de la discreción de Beatriz.
La planta baja se abría sobre un vasto jardín que bajaba hasta el río en suave pendiente a través de bosquecillos y malezas llenas de gracia en medio de su abandono un tanto agreste: próximo a la casa cierta especie de colgadizo, grande y acristalado, servía a Jacques de taller.
Palabra del Dia
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