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Actualizado: 17 de junio de 2025


Jacques era de natural tan generoso y confiado, estaba tan acostumbrado desde su temporada en los Genets a la intimidad de Pierrepont con Beatriz, se hallaba tan absorbido en el trabajo gigantesco que traía entre manos, que ni remotamente sospechaba la traición de que venía siendo víctima; pero un ojo por desventura más desconfiado, más penetrante, velaba en lugar del artista desdichado.

El joven marqués de Pierrepont, cuyo diletantismo ocupábase casi con idéntico entusiasmo en las cosas del sport como en las del arte, y que era un juez eximio en ambas materias, fue uno de los primeros en vislumbrar el gran porvenir que la fortuna reservaba a Jacques Fabrice.

Sin embargo, desde el día que la duda se posó en su espíritu, no pudo Jacques, por grande que fuera su imperio sobre mismo, impedir que algo traslucieran Beatriz y Pedro de la obsesión que lo atribulaba, y se penetraron de que eran objeto de una tal vez involuntaria vigilancia; resolvieron, pues, de común acuerdo, hacer aún más raras sus entrevistas íntimas, y obstáculos tales puestos a su pasión, dieron por resultado que ésta se hiciera todavía más imperiosa, más absorbente.

La señora de Aymaret, que era grande entusiasta por las artes, sentía viva admiración por los talentos de Jacques Fabrice. Poseía la vizcondesa algunas acuarelas que databan de los primeros tiempos del pintor, verdadero tesoro de cuya propiedad considerábase orgullosa.

Señora prosiguió la señorita de Sardonne con el mismo tono de correcta urbanidad ; la circunstancia que usted tuvo a bien prever y desear con respecto a , se presenta hoy. ¡Ah! Y vengo a rogarle que acoja con benevolencia la súplica que... para honor mío, no tardará en presentarle el señor Jacques Fabrice. ¿Te pide en matrimonio Fabrice? , señora.

Alentada por su amiga, abrigaba algunas esperanzas, por remotas que fuesen, de salvar a su marido, escapando ella misma a tormentos morales en que temía dejar la razón, y por esta causa vigilaba con anhelante interés los más pequeños actos, las más insignificantes palabras de Jacques.

Las mujeres tienen en esos asuntos un don de doble vista sorprendente, y sobre todo con los pobres de espíritu a la manera de Jacques Fabrice; tal vez la causa verdadera de la negativa que Pierrepont había sufrido estribaba en ese amor que ella vislumbraba y que se sentía inclinada a compartir desde el momento que se le confesase.

Mi querido Jacques replicó Calvat , siento mucho abrirte los ojos y destruir tus ilusiones acerca de tu princesa... Pero... pero puesto que lo quieres, sea... ¿Sabes la pregunta que hace un momento me dirigía la niña a propósito de su excelente madre, de su irreprochable maestra? «Tío decíame , ¿se dan besos los caballeros y las señoras cuando no son marido y mujer?» «Algunas veces... le respondí en ciertas ocasiones... ¿Por qué me preguntas eso, Marcelita?...» «Porque ayer tarde, después de comer, cuando volvía a dar las buenas noches a papá en la sala, vi que el señor de Pierrepont besaba a mamá

Cuando Pierrepont hubo dado a Jacques su adiós postrero, levantóse ella, diciendo al marqués con voz conmovida, seca, vibrante: Le voy a acompañar.

Era, en efecto, el sobre de su carta, pero el sobre solo, abierto y medio desgarrado. En uno de sus ángulos estaba escrita con lápiz esta única palabra: «MañanaHubo una pausa. ¿No te ha dicho nada ella? le preguntó Jacques a la niña. Nada. ¿Te ha dado un beso? No.

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