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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Contábase en el número de estos últimos, uno que, para desgracia de Jacques, se creía éste en el deber de tolerar; llamábase el tal Gustavo Calvat, era hermano de la primera mujer de Fabrice y, por consecuencia, tío de Marcelita; sus relaciones con el pintor remontaban a la época, ya lejana, en que los dos fueron discípulos de idéntico maestro en el mismo taller.
Beatriz se apoyó en el brazo que él le ofrecía y la condujo hasta el primer escalón del peristilo, y como aquélla dudase en separarse de él, Jacques la atrajo hacia sí y besó sus cabellos. ¡Hasta dentro de un momento! le dijo. Beatriz se sentó en el salón cerca de una ventana abierta mientras se alejaba por el jardín. Paseóse Fabrice en él largo tiempo, a lento paso.
¿Pues qué, se ha ido Jacques? les preguntó. Sí respondió la vizcondesa ; acaba de irse.
Jacques, los ojos húmedos por la emoción, tomó la blanca mano que Beatriz le tendía e intentó llevarla a sus labios, pero ella la retiró suavemente: ¡Cuidado!... dijo ; si cree que debe darme las gracias, démelas usted más tarde... Se nos vigila, muy de cerca cuando estamos en este sitio... y le suplico que no traicione nuestro secreto hasta tanto que haya puesto en antecedentes a... mi bienhechora dijo la señorita de Sardonne con una sonrisa de extraña amargura al pronunciar esta última palabra.
Pedro, después de haber meditado sobre ese capítulo, acabó por explicarse tal reserva merced a una razón que parecía verosímil: sin duda hubo al principio de parte de Pierrepont, dados sus antecedentes y opiniones, disgusto y extrañeza al considerar cómo un nombre de los humildes orígenes de Jacques se atrevía a poner sus ojos en una joven de elevada cuna, que era al mismo tiempo casi una parienta del marqués, porque ya en más de una ocasión, aun en medio de su franca amistad, había advertido Fabrice cómo tras del amable dilettantismo de Pedro asomaba en ocasiones una punta de protección aristocrática, cual si su amigo pretendiese arrogarse con respecto a él el papel de Mecenas.
No fue, sin embargo, hasta después del admirable cuadro que en el salón de 1875 expuso Jacques Fabrice, que su reputación quedó sentada cual hecho indiscutible; hasta entonces la fama de su competencia no había traslucido fuera de un limitado círculo de amigos y de admiradores, porque su trabajo, lento y concienzudo hasta la nimiedad, su gusto difícil, su horror a lo vulgar, en una palabra, su probidad artística, fueron causas que retardaron esa revelación brillante de su luminoso talento.
Dada la reputación que Jacques disfrutaba, era notorio que la puerta de las grandes riquezas quedaba abierta para él, y, en ese caso, podía contar con una pingüe renta para lo sucesivo: quizás era ése el mayor atractivo para una muchacha criada en el lujo y ahora sumida en enojosas privaciones a que le tardaba poner fin.
Beatriz de pronto, como quien toma una brusca resolución: ¡Márchese, se lo ruego!... Pero antes quiero darle algo para ella. Y se dirigió con rápido paso hacia la quinta. Su departamento personal, compuesto de un gran salón, gabinete y dormitorio, ocupaba toda la planta baja. La habitación de Jacques y de Marcela estaban en el primer piso.
Todos los que aman, o los que amaron, se imaginarán fácilmente las imaginaciones, la fiebre, los súbitos transportes de esperanza, los repentinos golpes de desaliento que atenazaron el alma de Jacques Fabrice en las eternas horas que le separaban del mañana.
Mis proyectos de matrimonio, querido Jacques, han ido a juntarse con las nieves de antaño... El casamiento visto a la distancia se me había presentado como a otros hombres de mi edad bajo aspectos muy halagüeños... Pero, a medida que me aproximaba, fue tomando tales formas de esfinge y de quimera, que he acabado por desalentarme... Cuando he encarado de frente los inconvenientes, me he convencido de que no puedo vencerlos con mis medios... Rehuso, pues, y recobro mi libertad.
Palabra del Dia
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