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Actualizado: 15 de junio de 2025
¡Y yo!... Te vi en la calle Imperial... no, digo, soñé que te vi. Yo te vi en la calle de la Magdalena. ¡Ah!, sí... la tienda de tubos; muchos tubos. Aun con este lenguaje amistoso, no se rompió la reserva hasta que no salieron a la Ronda. Allí el aislamiento les invadía. El coche penetraba en el silencio y en la soledad, como un buque que avanza en alta mar.
La noticia de su llegada causó sensación profundísima entre la turba de amigos y amigas que invadía el palacio, y todos, hasta los que en el comedor se hallaban, corrieron a su encuentro. Su presencia allí daba al suceso una importancia y un colorido que había muy bien calculado Currita al mandarle buscar con tanta urgencia.
Al lago no había vuelto: un mortal pavor lo invadía al pensar que iba a ver otra vez los únicos lugares donde pudiera decir que realmente hubiera vivido. Temía morir ahogado por la pena al ver las playas de Ouchy, las cuestas de Lausana, la villa Cyclamens, el bosque de Comte, las humildes capillas, el panorama del Leman velado por las nubes y sonriente a, la luz del sol. Por fin, un día fue.
Últimamente se quejó de que su marido no decía nada. ¿Por qué no hablaba? ¿Todo lo había de decir ella? Reynoso por complacerla se puso a contarle lo que había hecho durante el día, su excursión a la sierra. Elena escuchaba cediendo cada vez más al letargo que la invadía. Su marido sonrió. Ella advirtió su sonrisa. ¿De qué te ríes socarrón? ¿Te figuras que tengo sueño?
Sentí que el rubor que revela a los culpables, me invadía de improviso la cara; me parecía que su mirada penetraba hasta el fondo de mi alma... Por la tarde fui a buscar un libro a mi cuarto, cualquiera que fuese, el primero que me vino a la mano, y traté de leer, pero las letras bailaban delante de mis ojos y la cabeza me zumbaba: se habría dicho que mil murciélagos se recreaban en él.
Eran las habitaciones más frías, pero también las más alegres de la casa. Las pocas veces que el sol se dignaba salir en Nieva, iba derecho a alojarse en ellas; las invadía sin miramientos como un huésped soberano, y se pasaba el día en su interior reflejándose en los espejos, matizando el raso de las sillas, estropeando el charol de los armarios y regalándose, en fin, de mil diversas formas.
Habana, 6 de Junio de 1912. Presidente de la República. Desde las primeras horas de la mañana del día 27 de Julio, un enorme gentío, ávido de curiosear, invadía los alrededores de nuestro gallardo Parque Martí, el que transformado en breve espacio de tiempo en monstruoso comedor, ofrecía un golpe de vista espléndido, á la par que singular.
Le compraron también naranjas. La noche avanzaba, y el tránsito se hacía difícil por la acera estrecha, resbaladiza y húmeda, tropezando a cada instante con la gente que la invadía. «Verás, verás, ¡qué nacimiento tan bonito! le decía Jacinta para calmarle ¡Y qué niños tan guapos! Y un pez grande, tremendo, todo de mazapán, para que te lo comas entero». ¡Gande, gande!
La multitud invadía el muelle para reconocer los heridos, esperando encontrar al padre, al hermano, al hijo o al marido. Presencié escenas de frenética alegría, mezcladas con lances dolorosos y terribles desconsuelos.
Bien visto, estaba solo; las buenas ancianas pronto emprenderían el eterno viaje, y me quedaría yo abandonado en un mundo que me causaba miedo. La lluvia arreciaba. Truenos lejanos, pálido fulgurar de relámpagos distantes, anunciaban que la tempestad invadía la cordillera. El agua caía a torrentes. En el naranjo aleteaban los pájaros, amedrentados al sentir inundado su nido.
Palabra del Dia
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