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Después buscó en su moño dos o tres horquillas, recogiéndose con ellas la rebelde trenza. ¿Me ha dicho usted interrogó el viajero que venían ustedes de León? , señor.... La boda fue a las once de la mañana; pero yo tuve que madrugar para disponer el refresco... refirió Lucía con su sencillez de niña no hecha al trato social . Las tres y media eran cuando salimos de León....

Algo extraordinario le ocurrió que acontecía, e interrogó al amanuense que con una presteza suma le contestó: Ha venido, doctor, un señor de edad, acompañado de una niña. Dijo que quería confiarle un asunto. Yo le dije que volviese a las doce y media. El amor propio le impidió abrazar al amanuense. ¡Un cliente! ¡Ya le parecía que la fortuna estaba en su mano!

Alguna gente que pasaba volvía la cabeza, para oír el diálogo en irritada voz y extranjero idioma. Estamos dando espectáculo dijo Miranda . Vente. Internáronse por callejuelas excusadas, y guardaron silencio elocuente por espacio de algunos minutos. ¿Para quién era esa carta? interrogó al cabo el marido en voz breve. Para Don Ignacio Artegui contestó Lucía en tono reposado y firme.

¿Cuál? interrogó la niña curiosamente, mirando, a la vaga luz de los astros, el rostro descolorido de Artegui. Que sufrirán como nosotros sufrimos contestó él.

¿Fué el que hallaron estrangulado en un maizal? interrogó el conde. No, señor; ese fué Antuña, el pagador de la carretera. Esa muerte ha sido mucho antes... á principios del otoño. De todos modos, ha sido un asesinato horrible.

Se me figura que no viene tan a menudo; ahora no te llaman todos los días para recibirlo como en los primeros días de mi enfermedad. Ha disminuido sus visitas; sin duda se ha dado cuenta de que yo no tenía tiempo disponible para recibirlo, yo no estoy tranquila sino al lado de usted. ¿Me dices la verdad, hija mía? interrogó el señor Aubry con aire triste. , padre, ¿por qué esa pregunta?

No hay esperanza. Hablaba sonriente, pero era su sonrisa semejante a la luz que alumbra un nicho. Pero, sepamos... interrogó Lucía a pesar suyo con angustiosa y febril curiosidad . ¿Pesa sobre usted alguna desdicha? ¿Alguna pena grande? Ninguna de las que el mundo llama tales. ¿Tiene usted familia... que le quiera?

Pensó bien en todo, interrogó a su corazón-, y su corazón le respondió que estaba perdidamente enamorado de la muchacha. Llamó en seguida al alguacil y pregonero, que le servía al mismo tiempo de criado y ayuda de cámara, y le encargó que al día siguiente, y muy de mañana, llevase aquel pliego cerrado a Juana la Larga y se lo entregase en mano propia.

Pues me parece muy extraño el resultado repliqué , juzgando de sus sentimientos por los míos. ¿Por qué? me interrogó muy serio. Porque no es eso lo usual y corriente entre mozos de las condiciones personales de usted; porque con ellas y en Madrid y en roce continuo con el mundo y sus golosinas, lo natural es que se las vaya tomando el gusto.

Me tiene usted dadas muchas pruebas de generosidad y sólo puedo mostrarme digno de ellas resignándome. Puede usted imaginar lo que este esfuerzo debe costarme. ¿De modo que se marcha usted seguramente? interrogó Magdalena que quería dudarlo aún. Mañana mismo. Adiós.