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Actualizado: 15 de mayo de 2025
En su alegría, Gertrudis palmotea y muestra la granja al otro lado. ¿Es eso lo que quiere decir tu murmullo? En este pasaje, la bella molinera entra en escena y Gertrudis se pone seria. ¡Que no tenga mil brazos para golpear! Gertrudis hace leves signos de impaciencia. No interrogo a las flores, no interrogo a los astros... Una sonrisa de satisfacción vaga por los labios de Gertrudis.
Me parece que segundo. Muchas gracias. No las merece. Volvió a salir. Al entrar en el coche, interrogó con ojos suplicantes a la generala, la cual se dignó hacer un signo afirmativo. Entonces dijo rápidamente al cochero: Huertas, 30... De prisa. Y se enderezaron a todo el correr del jamelgo hacia la casa de la generala.
No bien nos instalamos en nuestra mesa al día siguiente, el cura y yo, abriose con estrépito la puerta y vimos entrar a Petrilla, con la cofia en la nuca y los zuecos llenos de paja en la mano. ¿Qué hay? ¿Fuego? interrogó mi tía. No, señora; pero a buen seguro que está el diablo en casa.
Durante la lección de la mañana siguiente notó Roger que la hermosa joven estaba, en efecto, pálida y triste. Su rostro parecía adelgazado y los bellos ojos habían perdido en parte la viveza y alegría que les daban tan precioso atractivo. Terminada la hora de clase interrogó el joven profesor á las señoritas de Pierpont, sus otras dos discípulas.
Guardo estas flores porque tienen para mí el mérito de venir de sus manos; pero yo no sabría llevarlas con gracia en mi boutonnière, como sus elegantes amigos; estaría ridículo. ¿Por qué? interrogó María Teresa simulando no comprender. Son ideas que usted se hace; déjeme colocarle las flores...
Y sin embargo, no sería difícil... ¿O espera usted todavía que salga libre junto con usted? La intención de usted era y sería muy laudable, si no ofendiera a aquella verdad que nosotros estamos tan obligados a descubrir como ustedes a reconocer... ¿Qué dice usted?... interrogó la joven con un movimiento de indiferencia.
El señor Laubepin que debe partir mañana al amanecer, volvió esta noche á despedirse de mí. Después de algunas palabras embarazosas de parte á parte: ¡Ah, mi querido niño! me dijo no le interrogo sobre lo que aquí pasa: pero si tiene usted necesidad de un confidente y un consejero, le pediría la preferencia. Yo no podía efectivamente desahogarme en un corazón más amigo, ni más seguro.
Además, no recuerdo los nombres. El adjunto del fiscal se sentó, descontento. Entonces ¿no prestará usted juramento? interrogó el presidente a Karaulova. No. ¿Y ustedes? preguntó, dirigiéndose a Kravchenko. Nosotras aceptamos. El tribunal deliberó largamente, hasta invitó al adjunto del fiscal a dar su opinión.
El hombre a quien en un tiempo había podido proteger, me había dejado, como prueba de reconocimiento, el secreto del origen de su enorme riqueza, pero tan bien oculto, que ni Mabel ni yo podíamos descifrarlo. ¿Qué va a hacer? me interrogó al fin, después de haber permanecido diez minutos en silencio examinando las cartas. ¿No habrá en Londres algún perito que pueda encontrar la clave?
¿Dónde me han puesto una caja que traje? En su cuarto, sobre la cama. ¡Ah!, bueno. Don Pedro miró al médico, comprendiendo de qué se trataba. No así Julián, que asustado por el hondo silencio que siguió al diálogo de Máximo y Sabel, interrogó indirectamente para saber qué encerraba la caja misteriosa. Instrumentos declaró el médico secamente.
Palabra del Dia
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