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Actualizado: 15 de mayo de 2025
Febrer interrogó al muchacho sobre el supuesto agresor, fiando en su conocimiento de las gentes del país, y el Capellanet sonrió con aire de persona importante. Había escuchado el aullido. Era el mismo modo de aucar que tenía el Cantó: muchos se hubiesen imaginado que era él. Lo mismo aullaba en las serenatas, en las tardes de baile y a la salida de los cortejos.
Le pareció aquella mañana más mujer, más linda que otras veces, y como si estuviera un poco desconocida. Sin que ella hablase, él la interrogó impaciente: ¿Estás contenta? Venía hoy a preguntarte, ansioso, si vives a tu gusto aquí, si te tratan bien; quiero saber con certeza si eres dichosa.
El favor de que gozaba su marido en la corte, a más del cargo de comisario del Santo Oficio, serían armas sobradas para abatir algún día la soberbia de su pariente. Por aquel tiempo, cierta noche de verano, don Alonso encontró sobre un bufete de su cámara un papel misterioso. Interrogó a los criados y a las dueñas. Nadie supo responder. Se le decía, sin firma alguna, que Ramiro era hijo de moro.
Nancy interrogó a Godfrey con una mirada dolorosa; pero los ojos de éste estaban fijos en el suelo, en el sitio en que agitaba la punta de su bastón, como si estuviera ocupado distraídamente en algo. Entonces pensó que había una frase que sentaría mejor en sus labios que en los de su marido.
Dios, alma mía, inspira admiración suma y fervor y entusiasmos y alegrías. Dios hace sonreir.... Dios hace gozar.... ¿Hace gozar? interrogó la muchacha, con ansiedad de antojo. Ya lo creo afirmaba la voz convicta y enamorada . Todo lo bello y santo de la vida, Dios nos lo da para disfrutarlo.... ¿No ves la noche, qué encantadora?... Pues es nuestra y de Dios....
Bien sé que no lo hará, pero es muy posible que esté tan enamorado de ella, como yo de él, y veo que no le podré olvidar jamás. ¿No es una intrepidez enamorarse así de una mujer que no le convenía, mientras que cerca de él, una almita?... ¿Qué haces ahí, Reina? me interrogó mi tío, que había venido sin que yo le sintiese. Me levanté rápidamente, avergonzada de no poder ocultar mi emoción.
Su rostro, franco y expresivo, tenía impresas las huellas del sufrimiento. La fatiga del viaje, o tal vez otras causas, habían empeorado su herida. Yo, entretanto, observaba a Cecilia: no vi en sus facciones ni sombra de emoción; recibió a Enrique con afectuosa cortesía, y le interrogó acerca de su salud con un marcado interés... pero no tanto como el que yo esperaba.
Clasificando estaba unas chapas de cobre, cuando asomó Pipa la cabeza dentro de la tienda. ¿Qué traes tú, pillete? le interrogó, mirándole por encima de las gafas. Esto contestó lacónicamente Pipa, depositando el género sobre una mesa. El mercader de estopas y de cobre lo miró un instante como para evaluarlo, y sacó del bolsillo, con mano torpe y perezosa, media peseta que dió al raquero.
Y bien, Celestina dijo Francisca, San Pablo es un gran santo... Sí, señorita respondió respetuosamente Celestina, que pareció mirar a Francisca con mejores ojos. No es como ese inocente... ¿Qué inocente? interrogó Francisca asombrada. Ya te contaré eso dentro de un momento dije.
Ni voluntad, ni deseo, ni sentidos, ni pasiones... un sayal, un muerto ambulante debajo.... Pero.... Artegui se inclinó a Lucía con inquietud. ¿Me comprendes? interrogó de pronto. Sí, sí... dijo ella, y su cuerpo temblaba.
Palabra del Dia
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