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Actualizado: 2 de junio de 2025


No hay destino más espantoso que el de un desgraciado que oye afirmar violentamente su culpabilidad, que oye probarla, á quien se arroja en un calabozo y se pone en incomunicación, y que al oirse insultar en el despacho del juez de instrucción y en el banquillo, sufre en público la agonía moral y física del más atroz martirio y repite á los demás y á si mismo hasta volverse loco: ¡Soy inocente!

Don Custodio iba á protestar: aquel Simoun era verdaderamente un grosero mulato americano que abusaba de su amistad con el Capitan General para insultar al P. Irene. Verdad es tambien que el P. Irene tampoco le habría soltado por tan poca cosa.

Cualquiera discute con él... ¡Qué profundo!... Cuando su madre no le obligaba por las noches a visitar la casa de algún pudiente, al que convenía tener contento, leía; no ya como en Valencia los libros que le prestaba el canónigo, sino obras que compraba siguiendo las indicaciones de los periódicos; volúmenes que respetaba su madre con la santa veneración que la inspiraba el papel cosido y encuadernado, sólo comparable al desprecio que sentía por los periódicos, dedicados casi todos ellos a insultar las cosas santas y favorecer los instintos de la pillería.

El periódico traía al principio una narración que se llamaba: «El duelo de Shanti Andía», y contaba mis amores con Dolorcitas en Cádiz y mi desafío con el marido, todo arreglado de tal manera, dicho con tal perfidia, que yo aparecía como un miserable completo. El artículo me produjo una cólera profunda y determiné insultar y abofetear a Machín la primera vez que lo encontrara.

A la sazón era un diablejo: ¡un diablejo bien humorado, es verdad! diablejo cuya naturaleza moral nadie modeló, un diablejo en huelga, dispuesto a adoptar la virtud como un entretenimiento. Que yo sepa, no tenía conciencia de su alma; era muy supersticioso; llevaba consigo un horrible dios de porcelana, pequeño, al que tenía costumbre de insultar o de invocar, según creía procedente.

Se separó del viejo, mirándole fijamente, mientras hablaba en voz baja, algo silbante por el temblor de la cólera. ¡Atención, tío! Afortunadamente, se había expresado en español y no podían entenderle los que estaban cerca de ellos. Si se permitía insistir en tales apreciaciones, corría el peligro de recibir una bala como respuesta. Los oficiales del emperador no se dejan insultar.

Entonces el pueblo veía á sus nacionales en los grados superiores del ejército, á sus maeses de campo pelear al lado de los héroes de España, compartir sus laureles, no escatimándoseles nunca ni honores, ni honras ni consideraciones; entonces la fidelidad y adhesión á España, el amor á la Patria hacían del Indio, Encomendero y hasta General, como en la invasión inglesa; entonces no se habían inventado aún los nombres denigrantes y ridículos con que después han querido deshonrar los más trabajosos y penibles cargos de los jefes indígenas; entonces no se había hecho aún de moda insultar é injuriar en letras de molde, en periódicos, en libros con superior permiso ó con licencia de la autoridad eclesiástica, al pueblo que pagaba, combatía y derramaba su sangre por el nombre de España, ni se consideraba como hidalguía ni como gracejo ofender á una raza toda, á quien se le prohibe replicar ó defenderse; y si religiosos hubo hipocondríacos, que en los ocios de sus claustros se habían atrevido á escribir contra él, como el agustino Gaspar de San Agustín y el jesuíta Velarde, sus ofensivos partos no salían jamás á luz, y menos les daban por ello mitras ó les elevaban á altas dignidades.

Cuando triunfamos, y los jefes del ejército revolucionario ocuparon la presidencia de la República, los ministerios y demás sitios públicos, mi suerte empezó á afirmarse. Escribí en los diarios del nuevo gobierno cuando había que insultar á los enemigos ó hacer al país brillantes promesas. ¡El dinero que gané en aquellos tiempos, no muy lejanos, pero que me parecen ya remotísimos!...

Un hombre literato, un compañero de infancia y de juventud de Quiroga que me ha suministrado muchos de los hechos que dejo referidos, me incluye en su manuscrito, hablando de los primeros años de Quiroga, estos datos curiosos: «que no era ladrón antes de figurar como hombre público; que nunca robó, aun en sus mayores necesidades; que no sólo gustaba de pelear, sino que pagaba por hacerlo y por insultar al más pintado; que tenía mucha aversión a los hombres decentes; que no solía tomar licor nunca; que de joven era muy reservado, y no sólo quería infundir miedo, sino aterrar, para lo que hacía entender a hombres de su confianza que tenía agoreros o era adivino; que con los que tenía relación los trataba como esclavos; que jamás se ha confesado, rezado ni oído misa; que cuando estuvo de general lo vió una vez en misa; que él mismo le decía que no creía en nada». El candor con que estas palabras están escritas revela su verdad.

A usted se lo puedo decir... con el respeto debido... mi intención no ha sido... No entra en mis costumbres, usted sabe, insultar a una señora... no creo que me he hecho acreedor... a su enfado... Por lo demás, ahora es ya asunto a debatir entre hombres... En cuanto a usted... me permito evocar recuerdos... que supongo...

Palabra del Dia

vorsado

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