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El panorama parecía indicar el límite de la superficie habitada, no sólo porque las perspectivas del paisaje mostraban cada vez más raleadas las poblaciones y más pequeños los detalles vistos a la distancia, sino porque los ruidos, que llegaban al oído de los viajeros, eran extraños y tristes, casi agoreros, y hasta el vuelo pausado y oblicuo de los caranchos tenía el ritmo de una cadencia funeral.

9 Y vosotros no prestéis oído a vuestros profetas, ni a vuestros adivinos, ni a vuestros sueños, ni a vuestros agoreros, ni a vuestros encantadores, que os hablan diciendo: No serviréis al rey de Babilonia. 11 Mas la gente que sometiere su cuello al yugo del rey de Babilonia, y le sirviere, la haré dejar en su tierra, dijo el SE

Un hombre literato, un compañero de infancia y de juventud de Quiroga que me ha suministrado muchos de los hechos que dejo referidos, me incluye en su manuscrito, hablando de los primeros años de Quiroga, estos datos curiosos: «que no era ladrón antes de figurar como hombre público; que nunca robó, aun en sus mayores necesidades; que no sólo gustaba de pelear, sino que pagaba por hacerlo y por insultar al más pintado; que tenía mucha aversión a los hombres decentes; que no solía tomar licor nunca; que de joven era muy reservado, y no sólo quería infundir miedo, sino aterrar, para lo que hacía entender a hombres de su confianza que tenía agoreros o era adivino; que con los que tenía relación los trataba como esclavos; que jamás se ha confesado, rezado ni oído misa; que cuando estuvo de general lo vió una vez en misa; que él mismo le decía que no creía en nada». El candor con que estas palabras están escritas revela su verdad.

6 Ciertamente has dejado tu pueblo, la casa de Jacob, porque son henchidos de oriente, y de agoreros, como los filisteos; y en hijos ajenos descansan. También está su tierra llena de caballos; ni sus carros tienen número. 8 Además está su tierra llena de ídolos, y a la obra de sus manos se han arrodillado, a lo que fabricaron sus dedos.

Levántase uno destos agoreros por la mañana, sale de su casa, encuéntrase con un fraile de la orden del bienaventurado San Francisco, y, como si hubiera encontrado con un grifo, vuelve las espaldas y vuélvese a su casa.