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Actualizado: 5 de junio de 2025


Decidido a aprovechar de la generosidad de la joven, Zakunine la reconocía culpable, y desde que ella insistía en su confesión, ¿cómo desmentirlos? Ferpierre pensó en volver a llamar a la Natzichet y decirla: «¿Usted cree haberle salvado? ¡Lejos de eso, le ha perdido usted! ¿Por qué ha confesado usted? ¿Porque yo la dije que él mismo me había confesado haber muerto a la Condesa?

Si insistía en mantenerse invisible, era seguramente porque estaba muy ocupado en la dirección de sus dominios infinitos, no quedándole media hora libre para dar un paseo por la tierra. Una mañana fué recompensada su fe en la bondad divina.

Almudena se opuso a que se fuese tan pronto; pero ella insistía en retirarse, con la firmeza que gastaba en toda ocasión: «¡Pues estaría bueno que me quedara yo aquí, puesta al sol y al aire como un pellejo en secadero de curtidores! Y dime, Almudenita: ¿me vas a mantener aquí? ¿Y a mi señora, quién le mantiene el pico?».

Elena le tomó ambas manos, murmurando palabras de agradecimiento. Torrebianca, aunque conmovido por esta generosidad, insistía en no aceptarla; pero el español cortó sus protestas. Vine á París con dinero para seis meses, y me iré á las cuatro semanas; eso es todo.

¿Pues no le estaba poniendo varas al Provisor?». Esto que no lo notaban, o fingían no verlo, los demás convidados, lo estaba observando él por lo que le importaba. Pero no se daba por vencido, insistía en galantear a la viuda, fingiendo no ver lo del Magistral. Ordinariamente Obdulia y Joaquinito se entendían. «¡Señor! ¡si había llegado a darle cita en una carbonera!

Además, un monstruoso desgaste le hacía pensar por instinto defensivo en la vida tranquila del hogar. Tímidamente hacía cálculo sobre su dulce reclusión. ¿Cuánto tiempo vivía en ella?... Su memoria confusa y nebulosa pedía auxilio. Quince días contestaba Freya. De nuevo insistía en sus cálculos, y ella le afirmaba que sólo iban transcurridas tres semanas desde que su vapor partió de Nápoles.

La inteligencia con que el joven sacerdote iba leyendo cada vez más claro en las cosas de la vida; el carácter con que indultando el error insistía en lo juicioso, y su buen corazón, merced a cuyo generoso impulso sabía hacer dulce la misma severidad, constituían en Lázaro una personalidad extraña, sencillamente buena, tan digna de estudio en su candidez como otras por su originalidad o extravagancia.

Don Álvaro tenía para Quintanar el raro mérito de no ser terco: en Vetusta todos lo eran según el buen aragonés; pero aquel modelo de caballeros elegantes no insistía en mantener una opinión descabellada, siempre concluía por darle la razón a Quintanar, quien decía a espaldas del buen mozo: «¡Si este se fuera a Madrid haría carrera... con esa figura, y ese aire, y ese talento social!... ¡Oh, ha de ser un hombre!».

No solamente no trataba de disculparse, sino que insistía con encarnizado empeño en confesar su error, se acusaba acerbamente, aumentaba el peso de su propia responsabilidad para tratar de substraerse a un pensamiento muchísimo más mortificante. Era en vano. Quería pensar en que su amor había muerto a esa mujer, para no creer que ella no había sido merecedora de su amor.

El monaguillo repugnaba y tomaba el largo, el cojo insistía y le daba caza a pesar de su manquedad de piernas, y el can, como práctico ya en tal guerra, brincaba y saltaba a las espaldas del muchacho, conociendo bien que no hay como amenazar la retirada para perturbar al enemigo.

Palabra del Dia

rigoleto

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