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Actualizado: 10 de julio de 2025
En toda esa sucesion, de planicies, valles y colinas ó pequeñas montañas, cuyo conjunto parece formar un inmenso jardin ó parque inglés, alternan en la mas graciosa armonía limpios arroyos saltadores, perdiéndose en medio de rocas hundidas entre abismos de verdura; espesos bosques de abetos, hayas y encinas, á veces de tan admirable regularidad natural, que parecen como decoraciones de ópera en un teatro sin límites; lustrosas praderitas sobre cuyas alfombras hacen contraste en algunos puntos los terraplenes y puentes de un ferrocarril; alegres cortijos que se muestran á la vera del camino, casi invadidos por las bóvedas umbrías de los bosques de abetos; en fin, numerosas casas rústicas trepadas sobre las lomas, en medio de hortalizas, árboles frutales, plantaciones de cereales y rebaños de ganados diversos, redondos y lustrosos como las lindas lomas en que pacen.
En esto entró la amable vecina, echó una ojeada al descarnado esqueleto cuyas angulosas formas dejaban adivinar los trapos que la cubrían. La cara parecía como fundida y achicada, pues la nariz afilada y las sienes hundidas dibujaban duramente sus líneas, y los párpados cerrados le daban una expresión de augusta calma y revelaban una belleza desaparecida hacía mucho tiempo.
36 Entonces mandará el sacerdote, y limpiarán la casa antes que el sacerdote entre a mirar la plaga, para que no sea contaminado todo lo que estuviere en la casa; y después el sacerdote entrará a reconocer la casa. 37 Y mirará la plaga; y si se vieren manchas en las paredes de la casa, verdosas, profundas o bermejas, las cuales parecieren más hundidas que la pared,
Los ojos eran los de un hombre astuto, vivo y penetrante, mientras las mejillas hundidas daban a su rostro un aspecto notable y ligeramente macilento. Era una fisonomía que, según mis recuerdos, no la había visto nunca, pero, sin embargo, sus peculiaridades eran tales, que en el acto se grabó indeleblemente en mi memoria.
Todas aquellas cabezas, eminencias de la ciencia manilense, medio hundidas en sus mucetas de colores, todas las mujeres que allí acudían por curiosidad y que años antes le miraban, si no con desden, con indiferencia, todos aquellos señores cuyos coches, cuando muchacho le iban á atropellar en medio del barro como si se tratase de un perro, entonces le escucharían atentos, y él les iba á decir algo que no era trivial, algo que no ha resonado nunca en aquel recinto, se iba á olvidar de sí para acordarse de los pobres estudiantes del porvenir, y haría la entrada en la sociedad con aquel discurso...
Las bandas de pájaros multicolores son innumerables; le sombra deliciosa, bajo el follaje colosal y espeso de una vegetacion en que alternan el mangle, elegante, recto y de románticas raices hundidas entre las ondas, el corpulento caracolí, la flexible guadua y mil plantas de las mas hermosas formas; los conciertos que de todas partes se levantan, y los perfumes que exhala el bosque de su seno húmedo y exuberante de fuerza reproductora, todo contrasta con la escena marítima que despues se presenta.
Sus mejillas, hundidas, estaban surcadas de arrugas; pero en su boca, más bien grande que pequeña, había firmeza y brío, y sus labios delgados se plegaban con gracia, prestando animación a toda la fisonomía y dejando ver dos hileras de dientes blancos, sanos y bien puestos. La nariz de don Braulio, aunque no deforme, era un si es no es acaballada o de pico de loro.
Al oriente cerraban los Alpes el horizonte con su corona inmensa de blanquísimas nubes, levantándose desde la llanura en escalones sucesivos y en perspectiva, para terminar como titanes de nieve con sus cabezas brillantes hundidas en el éter, distinguiéndose entre ellas, muy lejana, la mole grandiosa del Monte-Blanco, ese rey de los Alpes que tiene por cortesanos á todos los reyes y los viajeros de Europa.
Allí estuvo tendida por largo tiempo en dulce y apacible beatitud. Un día, cansada Carolina de velar, se había dormido a su lado, y los delgados dedos de la señora de Ponce se posaban sobre su cabeza como en tierna bendición. A poco, llamó a Juan. ¿Quién ha venido hace poco? dijo en voz apenas perceptible. La señorita de Corlear dijo Juan, contestando a la mirada de sus hundidas pupilas.
Después caíamos a esta ciudad de Lima, a consumir en los vicios el fruto de nuestros crímenes... Mucho más pudiera decir, sino que no es la ocasión. Rosa suspiró; y el novicio, pasándose la mano por el rostro, alzó la cabeza y prosiguió su relato: ¡Oh alta potencia de Dios, y por cuántos medios mandas la luz a las almas hundidas en la tiniebla!
Palabra del Dia
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