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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Ansi como este ardiente fuego fuerza A que en humo se vaya el sacro incienso, Ansi se haga al enemigo fuerza, Para que en humo eterno, padre inmenso, Todo su bien, toda su gloria vaya, Ansi como tu puedes, y yo pienso. Tengan los cielos su poder á raya Ansi como esta victima tenemos, Y lo que ella ha de haber, él tambien haya.
Mira qué impasible está. Desengáñate: él piensa en sus devociones, en sus libros, en sus estudios, en las obras que escribe, y nada se le importa de que estés casada o de que estés soltera. ¡Buen castillo de humo levantó tu orgullo! ¡Curiosa leyenda de amores románticos y desesperados forjaste allá en tus adentros!».
Pasaba sin pensarlo a otro eslabón. «Pero ella no querrá... Tiene mucho orgullo y mucho tupé, mayormente ahora que se la comerá la envidia. ¡Ah!, que no me venga ahora hablando de sus derechos... ¿Qué derechos ni qué pamplinas? Esto que yo tengo aquí entre mí, no es humo, no. ¡Qué contenta estoy!... El día en que esa lo sepa, va a rabiar tanto, que se va a morir del berrinchín.
Y siguieron por la Carrera de San Jerónimo hguardoa Puerta del Sol. ¿Cómo estás con Esperancita? se dignó preguntar Castro, soltando una bocanada de humo y parándose a mirar un escaparate.
Ferragut recordó las flotas á vela de otros siglos, escoltadas por navíos de línea, siguiendo su rumbo á través de incesantes batallas; los remotos viajes de los galeones de las Indias, saliendo de Sevilla para llegar en rebaño á las costas del Nuevo Mundo. La doble fila de cascos negros con penachos de humo avanzaba mansamente en las jornadas de bonanza.
Mirando más y más, observé que lentamente iban elevándose desde su seno hacia el firmamento un número infinito de pequeñas columnas de humo, las cuales al extenderse en el aire se abrazaban, y juntas subían a engrosar el ya tupido velo que ocultaba al sol. Aquellas columnas de humo me hicieron pensar en los hogares que debajo de ellas había, y todo lo comprendí en un instante.
Y no pienses, Sancho, que así a humo de pajas hago esto, que bien tengo a quien imitar en ello; que esto mesmo pasó, al pie de la letra, sobre el yelmo de Mambrino, que tan caro le costó a Sacripante. -Que dé al diablo vuestra merced tales juramentos, señor mío -replicó Sancho-; que son muy en daño de la salud y muy en perjuicio de la conciencia.
Le veía en su memoria, lo mismo que se lo había imaginado en las ilusiones crédulas de su niñez, mandando a los hombres a su voluntad; pudiendo enviar unos a la horca y perdonando a otros, según su capricho; sentado a la mesa de los monarcas y jugando con ellos a la baraja, igual que podía hacerlo él con un amigo en la taberna de San José, tratándose tú por tú; y cuando no estaba en la corte, era señor absoluto en barcos de hierro de los que escupen humo y cañonazos... ¿Y su célebre abuelo don Horacio?
Todo esto escuchaba Sancho, no con poco dolor de su ánima, viendo que se le desparecían e iban en humo las esperanzas de su ditado, y que la linda princesa Micomicona se le había vuelto en Dorotea, y el gigante en don Fernando, y su amo se estaba durmiendo a sueño suelto, bien descuidado de todo lo sucedido. No se podía asegurar Dorotea si era soñado el bien que poseía.
Las columnas de humo blanquísimo que suben en forma de corona desde el momento en que rompe su marcha majestuosa el tren, el vuelo solemne é imponente de su carrera, que parece conducir por el aire á los carruajes, tiene tambien su poesía.
Palabra del Dia
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