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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Gracias por la comparación, amable primita; y ¡adiós para siempre! ¡La del humo! respondió Rita sin volver la cara. Rafael se levantó furioso. ¿Qué tenéis, Rafael? le preguntó en tono lánguido una joven, al pasar delante de ella. Esta nueva interlocutora acababa de llegar de Madrid, adonde un pleito de consideración había exigido la presencia de su padre.
Pero conforme se van elevando, se les va viendo más pequeños; a la altura apenas de palacio, que no es grande altura, ya se les ve tamaños como avellanas, ya el hombre-globo no es nada: un poco de humo, una gran tela, pero vacía, y por supuesto, en llegando arriba, no hay dirección. ¡Es posible que nadie descubra el modo de dar dirección a este globo!
De una taberna, donde vociferaban media docena de hombres entre humo y vapores alcohólicos, salió una exclamación que así decía: «Ya todos somos iguales», cuya frase hirió de tal modo el oído, y por el oído el alma de Isidora, que dio algunos pasos atrás para mirar al interior del despacho de vinos.
Cruzó soberbia abriendo enorme brecha en los castañares que lo señorean, taladró con furia á Cerezangos, aquel adorado retiro del capitán, y siguió triunfante, vomitando humo y escorias, hasta Villoria.
Todo palabras y humo en la cabeza. ¡Mientras no pidiesen dinero...! En cambio, tenía un buen auxiliar en Luna, que, compartiendo la autoridad con él, le evitaba sinsabores y la catedral disponía gratuitamente de un intérprete para los extranjeros.
Y este estremecimiento de huracán invisible parecía más extraño en el ambiente cerrado y bien calafateado de los salones, cada vez más denso y tibio por la respiración de las gentes, el humo de los cigarros y el vaho de las tazas.
Corren los simones, insultándose los cocheros de pescante a pescante sobre cuál pugna por adelantarse, y a las ventanillas asoman entre bocanadas de humo, ya el rostro moreno y bigotudo del madrileño de los barrios bajos, ya la carnicera rumbosa cargada de joyas anticuadas, que ciñe a sus hombros el rico pañolón de colores brillantes.
Traspuso la puerta, cruzó un patio lleno de pilas de lingotes de hierro, y entró en una nave larga y anchurosa, iluminada por ventanales tras cuyos vidrios empañados se adivinaban muros ennegrecidos, montones de carbón, chisporroteo de fraguas, y altas chimeneas que en nubes muy densas lanzaban a borbotones el humo pesado y polvoriento de la hulla.
Valientes escuadrones Que en ardorosos potros Oís con lanza en ristre Los ecos del clarin, En cargas redobladas Romped esas legiones, Que alzan bandera roja Del campo en el confin! Tranquilos artilleros, Al pié de la cureña, Ardiente lanza-fuego Tended sobre el cañon; Y entre humo y entre sangre, Y en nubes de metralla Vomite cada bronce Muertes y destruccion!
A solas con él, la dama se entretenía fabricando en su atrevido pensamiento edificios de humo con torres de aire y cúpulas más frágiles aún, por ser de pura idea. Las facciones del heredado niño no eran las de la otra, eran las suyas.
Palabra del Dia
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