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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Algunas higueras llegaban a tener centenares de sostenes, y se extendían como una inmensa tienda verde destinada a cobijar un sueño de gigantes. Eran cenadores naturales, en los que podía ocultarse casi un pueblo. El fondo del horizonte estaba cerrado por montañas cubiertas de pinos con grandes calvas de tierra roja. Entre el obscuro follaje se elevaban columnas de humo.
Pero la estrella heráldica que lo llevó a morir entre el humo y el fragor de la metralla, le seguía como un lamento y como el grito de una madre: de ahí que ese hombre que pudo ser monte coronado de flores, viviera por mucho tiempo, errante y vagabundo, sin plantar su tienda, fija la mirada en la isla hermosa, donde no había justicia sin soborno, ni honor sin castigo, ni pan sin mancha.
Y reanudaba su vida monótona, paseando por la cubierta del buque, vacío y muerto, sin saber qué hacer, desesperándose á la vista de los otros vapores, que movían sus antenas de carga, tragándose cajas y fardos, y empezaban á lanzar por sus chimeneas el humo anunciador de su próximo viaje. Sufría remordimientos al calcular lo que podía haber ganado el buque de hallarse navegando.
Las luces, el humo del tabaco, el aliento de los centenares de personas allí reunidas, formaban una atmósfera espesa donde sólo respiraban bien los seres adaptados a ella desde largo tiempo. El violín exhalaba sus notas arrastradas, lamentables, quejándose siempre de un dolor tan amargo como misterioso.
A la edad de catorce años empezó a hacer la guerra a los españoles, y los prodigios de su valor romancesco pasan los límites de lo posible; se ha hallado en ciento cuarenta encuentros, en todos los cuales la espada de La Madrid ha salido mellada y destilando sangre; el humo de la pólvora y los relinchos de los caballos lo enajenan materialmente, y con tal que él acuchille todo lo que se le pone por delante, caballos, cañones, infantes, aunque la batalla se pierda.
Aquellas verdes ramas, el humo y la plegaria que no se oían más que en Navidad, y hasta el Credo de San Anastasio que sólo se distinguía de los otros en que era más largo y tenía virtud excepcional, puesto que no se le leía más que en ciertas ocasiones producían un vago sentimiento de que algo grande y misterioso se había realizado para ellos allá en el cielo, y aquí abajo en la tierra, algo que se apropiaba con su presencia.
El humo de la pólvora y la emoción del primer disparo le impidieron observar la muerte instantánea de la víctima...
De la chimenea sale el humo del almuerzo, y él no puede ir á sentarse á su mesa; la familia está en las ventanas, y tiene que hablarla por señas.
«Enmudezca la trompa fratricida «Y cure la piedad vuestros dolores, «Sin prodigar vuestra preciosa vida «Ni á torpes demagogos ni á opresores. «De los meteoros conjurad la influencia: «Disiparánse como el humo vano. «Pueblos, formad una Santa-Alianza «Y presentaos la mano.
Todo el interior de la casa se escapaba en un chorro de humo, polvo y astillas. Los invasores bombardeaban á Villeblanche antes de intentar el ataque, como si temiesen encontrar en sus calles una empeñada resistencia. Cayeron nuevos proyectiles. Algunos, pasando por encima de las casas, venían á estallar entre el pueblo y el castillo.
Palabra del Dia
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