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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Es bueno hacer provechosa toda humillación, y aquélla me iluminó acerca de muchas verdades: me hubiera advertido, si hubiese sido capaz de olvidarlo, que aquel amor exaltado, contrariado, germen de desventura, levemente carnal, pero muy cerca de infestarse de orgullo, no se elevaba mucho por encima del nivel de las pasiones ordinarias, que no era peor ni mejor y que el único aspecto que le hacía diferente de aquéllas era debido al hecho de ser menos posible que muchas otras.
Las dos jóvenes la siguieron, llevando sus bolsos de mano todavía abiertos para contar con la vista los billetes acabados de recibir. Castro, que más de una vez había sufrido la humillación de operaciones semejantes, empezó á discurrir con amargura sobre el vicio que sostiene la existencia de este edificio enorme y de todo el principado.
Pero no estoy bien de salud: me ha salido como un fuego en la cara, y voy persuadiéndome de que mi tez se agosta; no he de ocultar que siento mucho esta fealdad. No obstante, si hay en ello humillación, puede ser que encierre una gracia que me aparte del mundo alejando de mí sus miradas.
Isidro sentíase de una resolución feroz al pensar en Fernando. Con las de la opereta o con otras; era lo mismo. El no podía quedar aplastado por la buena suerte de su compañero. Necesitaba a toda costa olvidar su humillación, aunque para ello fuese necesario atentar contra el reposo nocturno de las camareras del buque o las muchachas del taller de planchado.
Mi padre quiso darme esa codiciada felicidad; no pudo lograr sus propósitos; pero de él heredé ese instinto de soberbia altivez con la cual rechacé en todo tiempo, de niño, de mozo, y de hombre maduro, la humillación indigna, la reprensión inmotivada, el atropello brutal de quien se consideraba superior a mí.
Soy demasiado orgulloso para consentir en aumentar por un préstamo tan odioso la suma de mi valor personal y para dar esta ventaja sobre mí a la vanidad de una mujer. Antes de sufrir semejante humillación me casaría con la misma Adela. ¡Adela! ¡Ya lo creo! 5 de mayo.
Pepita amó a D. Gumersindo, como a su compañero, como a su bienhechor, como al hombre a quien todo se lo debe; pero la atormenta, la avergüenza el recuerdo de que D. Gumersindo fue su marido. En su devoción a la Virgen se descubre un sentimiento de humillación dolorosa, un torcedor, una melancolía que influye en su mente el recuerdo de su matrimonio indigno y estéril.
El buen imitador de Cristo se muestra sin duda muy humilde, pero es con relación al Dios que ama y adora. Postrado ante su Dios es despreciable pecador, es vil gusano, pero esa misma humillación le encumbra luego.
Aquí llegaban de su plática, y el auditorio, que se componía, además del abad de Naya, del de Boán y del señorito de Limioso, guardaba el silencio de la humillación y la derrota. De repente un espantoso estruendo, formado por los más discordantes y fieros ruidos que pueden desgarrar el tímpano humano, asordó la estancia.
Pero, ¿cómo voy a ir hoy, hoy, precisamente, día de Pascua, al refectorio, sin mi botella de agua de Vichy? ¿Qué no dirían los otros, sobre todo alguno que, por desprecio, no nombro? ¿Cuál no sería la humillación, la befa, el escarnio? No, no y no; antes la muerte. ¿Y qué puedo yo hacer, señor Apolonio? A eso iba, celestial hermana Lucidia. La voz de Apolonio tiembla.
Palabra del Dia
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