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Actualizado: 15 de junio de 2025
Señora, espere usted, por Dios, á que venga mi protector: yo se lo ruego por la gloria de su madre. La idea de que viniera Coletilla é impidiera la expulsión de la huérfana, puso á Salomé en grave peligro de que le diera el quinto ataque. ¡Qué agonía! dijo sentándose. Francamente, nuestra excesiva benevolencia nos trae á estos extremos.
Una sola frase de una colegiala, vino á verter la primera gota de hiel en el hermoso vaso que guardaba la existencia de la huérfana. Sucede no sabemos cómo, pero es un hecho que sucede, que tras las paredes de esas infantiles sociedades que se llaman colegios, trascienden hechos íntimos que se desarrollan en el hogar de los pequeños asociados.
¡Ah! prosiguió la baronesa haciendo seña a la huérfana de que se sentara de nuevo, y cual si de pronto hubiera venido a su memoria un detalle olvidado por azar... Aun tengo que decirte algo... por más que la precaución sea inútil... Al dejarte entera libertad en la elección del hombre que escojas para marido, queda dicho, sin embargo, que hago una excepción: mi sobrino Pedro.
No salía yo a la calle más que a las horas de trabajo, y al volver del despacho me pasaba las horas al lado de la huérfana, cada día más enamorado de ella. Una o dos veces, en toda la temporada, fui a las rifas de Navidad, que congregaban todas las noches en la Plaza a los pacíficos habitantes de Villaverde.
No tenía más familia que una sobrinita llamada Irene, de unos nueve o diez años, huérfana de un hermano de García Grande que había sido caballerizo de S. M. Esta era la inseparable amiguita de la niña de Bringas, y por las tardes se las veía, muñeca en mano y merienda en boca, jugando en la terraza o en las partes más claras de aquellas luengas calles cubiertas.
Hablaban de ocupaciones, de los negocios públicos, de las probabilidades de una guerra sangrienta, de la enfermedad de Su Majestad, la cual iba en tal manera creciendo, que pronto aquel animado muerto sería todo cadáver, entre el espanto de la monarquía huérfana. En las conversaciones de D. Benigno notaba Salvador una particularidad extraña y que no acertaba a explicarse.
Las dos estaban sentadas en el cuarto interior, y no decían cosa ninguna, ni la criada contaba aquellos cuentos de las ninfas y el dragoncillo, que había aprendido en su pueblo, ni la huérfana se reía con la franca expansión y natural sencillez de su carácter.
Si avisándole que tratan de prenderle se salva, y no le aviso, mi conducta es criminal. Es un infame, con vergüenza lo confieso; pero si no impido su persecución y su muerte, tendré remordimientos toda mi vida. La huérfana no pudo resistir un sentimiento de lástima y piedad hacia aquel hombre excéntrico que, sin dejar de ser su tirano, había sido su protector y el amparo de su niñez.
Aunque crees que en la vida no hay más que tinieblas, la idea de plácido crepúsculo te hace sonreir, y cuando sueñas con días mejores, ya no piensas en tu Linilla, en la huérfana desventurada.... ¿A qué negarlo? ¿No es verdad que a solas, en la soledad de tu pensamiento, miras luminosos días de incomparable felicidad? Sí, y entonces... ¡no piensas en mí! Tienes razón.
El marqués se encogía de hombros. Sea Praxíteles. Las señoras eran las que podían juzgar mejor, porque muchas de ellas habían conseguido ver a Anita como se ven las estatuas. No sabían si era un Fidias o un Praxíteles, pero sí que era una real moza; un bijou, decía la baronesa tronada que había estado ocho días en la Exposición de París. Su belleza salvó a la huérfana.
Palabra del Dia
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