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Más bien era, en conjunto, un caballero grave, decoroso y de toda respetabilidad. Su color, que se extendía por toda la cabeza hasta su larga trenza, se parecía al de un hermosísimo papel agarbanzado y lustroso, y eran sus ojos negros y penetrantes. Tenía nariz recta y delicadamente formada, la boca pequeña, los dientes menudos y limpios, y cejas inclinadas en ángulo de quince grados.

Desde Sevilla hasta el frente de Palma el ferrocarril toca sucesivamente en la ciudad de Carmona y tres pueblos pequeños, Lora, Guadalabar y Peñaflor, ofreciendo bellos puntos de vista y dejando registrar un inmenso campo de olivares, viñedos y cereales. Pero al pasar por en frente de Palma el paisaje que se admira es hermosísimo.

A este ilustre chino deben las españolas el hermosísimo y característico chal que tanto favorece su belleza, el mantón de Manila, al mismo tiempo señoril y popular, pues lo han llevado en sus hombros la gran señora y la gitana. Envolverse en él es como vestirse con un cuadro.

Por último, había una tercera fotografía que no dejaba nada que desear. Allí estaba el joven señor clara, fiel y nítidamente retratado. Su rostro era hermosísimo. Los ojos eran grandes y expresivos; la barba parecía sedosa, abundante y muy bien cuidada y atusada. La nariz, un tanto cuanto aguileña, daba cierta majestad a su expresión.

El general don León Bravo de la Brecha y Pérez Esforzado, décimo cuarto conde de la Algarada de Lucena, primer marqués de Durobando, noble hasta la médula de los huesos, senador por derecho propio, modelo de caballeros, carácter de acero y corazón de oro, feo de rostro y hermosísimo de alma, era hombre que haciéndose querer inspiraba respeto, mas en tal grado religioso, autoritario y linajudo, en una palabra, tan montado a la antigua que parecía la viva encarnación de todos aquellos ideales que cumplida su misión en la vida, van quedando honrosamente almacenados en la historia por la inflexible mano del tiempo.

¿De modo, que yo que ansiaba que llegase el momento de ver á mi libertadora, me encuentro con una especie de hermosísimo fraile que me predica un sermón de cuaresma? Esto no puede ser.

El Gran Constantino sabía ya por su querido y admirado señor De Pas, quien la visitaba más a menudo ahora, que doña Ana deseaba ayudarla en sus santas labores y en la administración de tantas obras piadosas como ella dirigía y pagaba sabiamente. «¿Cuándo viene por acá ese ángel hermosísimopreguntaba el Obispo madre, en estilo de novena, cargado de superlativos abstractos.

E inclinándose hacia Ana, añadió en voz baja y melosa: ¡Mírele usted, está hoy lo que se llama hermosísimo ese apóstol de los gentiles! ¡Qué roquete! Parece de espuma.... En el nombre del Padre..., del Hijo... y del Espíritu.... Santo... Pero, ¿y si él se empeña en que vaya? Es muy débil... si insistimos, cederá. ¿Y si no cede, si se obstina? Pero, ¿por qué? Porque... es así.

Eran, según ella, esmeraldas como nueces, diamantes que arrojaban pálidos rayos, rubíes como pepitas de granada, y oro finísimo, oro de la mejor ley, que valía cientos de miles.... Torquemada, después de abrir y cerrar estuches, encontró lo que buscaba: una perla enorme, del tamaño de una avellana, de hermosísimo oriente; y cogiéndola entre los dedos, la mostró á la vieja.

Fueron tan duras y crueles las últimas frases, que D. Valentín estuvo á punto de alzar bandera de rebelión, armar en la calle la de Dios es Cristo y contestar á su mujer lo que merecía; pero el olor de mil flores regalaba el olfato; la gente pasaba con alegre aspecto; el día estaba hermosísimo; la paz reinaba en el cielo; un fresco vientecillo primaveral oreaba y calmaba las sienes más ardorosas; la familia de Solís iba al incruento sacrificio de la misa; Clara marchaba delante tan linda y tan serena: ¿cómo turbar todo aquello con una disputa horrible?