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Actualizado: 3 de julio de 2025


El obrero sin trabajo, al volver a su frío tugurio, donde le aguardaban los ojos interrogantes de la hembra enflaquecida, dejábase caer en el suelo como una bestia fatigada, después de su carrera de todo un día para aplacar el hambre de los suyos. «¡Pan, panle decían los pequeñuelos esperando encontrarlo bajo la blusa raída.

Al entrar Manos Duras en el «Almacén del Gallego», vió que el público era más numeroso que las otras tardes de trabajo, hablándose en todos los corros de la muerte del contratista. Mientras bebía de pie junto al mostrador, fué oyendo los comentarios de los parroquianos. Esa hembra gritaba uno es la que ha tenido la culpa de todo. ¡Qué mala p...!

Todos volvieron el rostro hacia ella. Un silencio glacial se produjo en la estancia. ¡Hembra grave y hermosa! Una red de perlas le aprisionaba el retinto cabello. Su tez era pálida y morena, su empaque soberbioso. Hubiérase dicho una flor de hierro. ¿Qué pensará vuesamerced exclamó, dirigiéndose al lectoral de tamaña vergüenza?

Le daba por ahí, como a sus hermanos les había dado por otros temas; como a su padre le dio por la manía de poner a sus hijos grandes nombres, «por si algo se les pegaba». Tres varones tuvo y una hembra. Se llamaron los varones Héctor, Aquiles y Alejandro, y la hembra Lucrecia. Pero no le salió por este lado al buen señor la cuenta muy galana que digamos.

Anita estaba tan segura de que para nada entraba en aquella amistad la carne, que ella era la que se propasaba, la que daba primero cada paso nuevo en el terreno resbaladizo de la intimidad entre varón y hembra. El Magistral con la cara llena del rocío de la flor y el corazón más fresco todavía, contestó: ¿Hablarle de mismo? ¡Para qué!

Los primeros días todo fue concordia, sobriedad en el beber; pero la cabra no tardó en tirar al monte, y... otra vez la endiablada hembra divirtiendo a los chicos y dando que hacer a los del Orden. «No poder con ella. B'rracha siempre. Es un dolor... un dolor. Yo estar ella migo por lástima...».

El, tan feo y miserable, que sólo burlas o indiferencia inspiraba a las mujeres, veíase amado, y para mayor asombro, era la hembra la que salía a su encuentro, ofreciéndose en un arrebato de audacia. No dejaba de reconocer que en este amor había mucho de admiración. La pobre muchacha de las Carolinas le adoraba como un ser superior.

La hembra, en sus pudores o sus arrebatos, plagiaba sin saberlo a sus abuelas, que habían sido, según las épocas, tentadoras con una virtud hipócrita o francamente mesalinescas.

A menudo dos manos, una de hembra y otra de varón, buscaban en el mismo agujero el cachipote; los que corrían se atropellaban, y la verdad histórica exige que se declare, por más que parezca inverosímil, que muy a menudo aquellos chicos que corrían como locos todos juntos por la estrecha galería, huyendo del látigo, caían al suelo en confuso montón, mientras el zurriago les medía las espaldas.

Claro es que esta turba hombruna llega, más que por el deleite artístico, atraída por el olor de la hembra; prefieren estos sátiros un grácil escorzo o la insinuación anfórica de la cadera a un nocturno de Chopín, y la línea de un busto bello a una melodía de Borodine... Y es posible que estos sátiros tengan razón.

Palabra del Dia

buque

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