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Actualizado: 6 de julio de 2025
Hablaba por hablar, como los niños; preguntaba las cosas más sencillas y menudas, complaciéndose en humillar su inteligencia cultivada y en trocar sus maneras cortesanas por otras rudas y campesinas. Mas era de observar cómo, á medida que esta trasformación se operaba, cambiábase también el encogimiento y temor del mayordomo en franqueza y libertad.
En la falúa de Elorza se hablaba poco: don Mariano y don Máximo llevaban demasiado Medoc en el cuerpo para hallarse en estado de sostener una conversación animada. La señorita de Delgado, secundada por sus hermanas, admiraba con vivos transportes de entusiasmo, abriendo y cerrando mucho los ojos, la puesta del sol.
Aquel tono indiferente no podía engañar á nadie. Hablaba con el corazón desgarrado. Sus palabras expiraban á menudo en la garganta, como el eco de un sollozo reprimido. Las que llegaban á los labios venían envueltas en lágrimas. Mientras las pronunció no apartó los ojos del nebuloso horizonte, que el sol teñía de grana.
Al sentir sus pasos me era difícil disimular la alegría; si tardaba me ponía triste; si hablaba con vosotras, y no conmigo, me moría de rabia... Le decían siempre que yo era muy piadosa; ya recordarás que él me alababa mucho por esto. Mamá nos permitía a las tres que habláramos con él.
El humo y los silbidos de la fábrica le hacían dirigir miradas recelosas al Campo del Sol; allí vivían los rebeldes; los trabajadores sucios, negros por el carbón y el hierro amasados con sudor; los que escuchaban con la boca abierta a los energúmenos que les predicaban igualdad, federación, reparto, mil absurdos, y a él no querían oírle cuando les hablaba de premios celestiales, de reparaciones de ultra-tumba.
Por eso él, siempre que hablaba vertía raudales de ciencia enseñando á sus oyentes á qué hora se había levantado, si el chocolate le había producido algún ardor en el estómago, cuál era su paseo favorito, si las últimas botas que le hicieron habían resultado buenas, en qué postura dormía más á su gusto, etc., etc. Estos conocimientos no salían de la esfera de su personalidad.
Los grandes hombres tienen el medio de no ser envidiosos; gracias a su generosidad, el doctor Le Bris hizo su reputación en cinco o seis años. Aquí se le apreciaba como sabio, allá como bailarín, y en todas partes como hombre simpático y bueno. Ignoraba los primeros elementos de la charlatanería, hablaba muy poco de sus éxitos y abandonaba a sus enfermos el cuidado de decir que los había curado.
A Spadoni le era imposible imitar la atención del príncipe y de Castro. ¿Qué podía importarle la llamada estrella tricolor? Los millones de millones de leguas de que hablaba el sabio despertaban su bostezo; y por una asociación de ideas, se dedicaba á jugar mentalmente, suponiendo que acertaba cincuenta veces seguidas, siempre doblando.
Un minuto después ya no había ninguno. ¿Dónde se metieron? Si os llamáis amigos nuestros, ¿por qué no lo demostráis cuando llega el caso? ¿Pensáis que los palos de los de Aller no duelen como los de Lorio? ¿Ó es que solamente somos amigos cuando nos encontramos allá á la orilla del río, y acá sobre los picos ya no nos conocemos? A medida que hablaba, Nolo se había ido exaltando.
El joven se defendía débilmente. Otra vez hablaba acerca de su futuro enlace.
Palabra del Dia
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