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Actualizado: 5 de mayo de 2025


Estas últimas palabras las acompañó el ayudante con un gesto expresivo, traspasando el aire con los dedos de punta, lo mismo que si los estuviese introduciendo por un cuerpo humano. Don Rosendo hizo un gesto de repugnancia, y guardó prolongado silencio. Al cabo, manifestó sordamente: Lo que sentiré es que estas malditas agujetas no me permitan tirarme a fondo. ¡Ca, hombre, ca!

Eres muy buena y me perdonarás... ¿Te vienes conmigo? La joven guardó silencio cruel y siguió caminando con igual tranquilidad, como si no hubiese oído. Velázquez perdió la esperanza de llevarla de nuevo á su casa. Sintió frío y se pasó la mano por la frente con abatimiento.

Hay que hacer justicia al pobre chico. Cuando se halló más desahogado y tranquilo, guardó el retrato donde solía y comenzó a pasear a lo largo de su gabinete y a reflexionar como su padre deseaba, «con la cabeza fría y el corazón sosegado». Porque Ángel se consideraba ya en aquellos instantes con el juicio y la sangre en su ordinario nivel.

Y Quevedo desnudó su daga, cogió uno de los sedosos y pesados rizos de Dorotea, le cortó, le anudó, le guardó en el seno y salió de la alcoba. Adiós, fray Luis, adiós dijo abrazándole . Hasta que la desdicha nos vuelva á juntar. Adiós, don Francisco, adiós, y que

Positivamente yo no quién es este señor, pero me guardo muy bien de decirlo así, porque temo entristecerlo. Tengo una idea le contesto . Su cara de usted no me es desconocida... Fíjese usted bien... Me fijo bien. ¿No ha visto usted nunca caras parecidas a la mía?

Velázquez la tomó, se la echó en el bolsillo gravemente y guardó silencio. El otro, viendo que no quería seguirle el humor é inquieto por su actitud sombría, se apresuró á despedirse. Vaya, hijo, que pases buena noche... y otra vez no seas tan desaborío con los amigos que te aprecian. Adiós dijo Velázquez secamente.

Tanto, que una noche, en Calatayud, me arrojaron todo ese hierro al escenario, como símbolo de mi habilidad. Por poco se hunde el tablado. Guardo esa cadena como el mejor recuerdo de mi efímera vida artística.

A las cuatro de aquella tarde, cuando, después de salir las tres damas, Clara se encontró sola, quiso satisfacer su curiosidad leyendo la carta que le había dado el abate; pero observó que Elías andaba por el pasillo: tuvo miedo, y la guardó. Media hora después, habiendo Coletilla salido con Carrascosa, se quedó sola, enteramente sola y encerrada. Entonces abrió la carta.

Sin saberlo ha dicho usted una gran verdad... ¿Recuerda usted a su madre?... ¿Piensa usted en ella? ELECTRA. Mi madre es para un recuerdo vago, dulcísimo; una imagen que nunca me abandona... Viva la guardo en mi corazón, que no es todavía más que una gran memoria, y en esta gran memoria la están buscando siempre mis ojos ansiosos de verla. ¡Pobre madre mía! CUESTA. Era usted una monada.

Guardó el dinero en una punta de su pañuelo de bolsillo y, sin detenerse, se encaminó hacia la calle de los Lombardos. Entró en una farmacia, compró una botella de aceite de hígado de bacalao para Germana, atravesó el arroyo, se detuvo en una tienda, eligió una langosta y una perdiz, y volvió, enlodada hasta las rodillas, al palacio Sanglié. No le quedaban más que cuarenta céntimos.

Palabra del Dia

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