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815Bendito Dios!", pensé yo, "Ando como un pordiosero, y me nuembran heredero de toditas estas guascas. ¡Quisiera saber primero lo que se han hecho mis vacas!" 816 Se largaron, como he dicho, a disponer el entierro; cuando me acuerdo me aterro: me puse a llorar a gritos al verme allí tan solito con el finao y los perros.

Cual respuesta pavorosa se oyen gritos lastimeros de mujer, gritos heridos, insoportables, horrendos, voz de espanto miserable que pide amparo á los cielos, y el escape redoblado de un bruto que viene huyendo.

Desde una semana antes, la granujería corría las calles arrastrando sillas rotas y esteras agujereadas, pidiendo a gritos, con monótona canturía, «¡Una estoreta velleta...!»

Don Carlos era violento en el mandar y no admitía objeciones de las mujeres, sobre todo cuando ya habían pasado de cierta edad. El patrón aún está muy verde decía Sebastiana á sus amigas ; y como una ya va para vieja, resulta que otras más tiernas son las que reciben las sonrisas y las palabras lindas, y para sólo quedan los gritos y el amenazarme con el rebenque.

Fué tal el pánico de los pobres ingleses, que echaron á correr pegando gritos y no pararon hasta el tejado. Resumen: que tuvo que abandonar Bailón aquel acomodo, y después de rodar por ahí dando sablazos, fue á parar á la redacción de un periódico muy atrevidillo; como que su misión era echar chinitas de fuego á toda autoridad: á los curas, á los obispos y al mismo Papa.

Sin embargo, como el grumete lanzaba gritos espantosos, una buena alma, un alma compasiva, porque las hay en todas partes, lo agarró y lo arrojó al mar diciendo: «Voy a apagarlo

Casi todos los años, en cierta época, se internaban tierra adentro y hacían una expedición de un par de meses para robar negros susús. Al llegar a una aldea negra, la rodeaban durante la noche, y a una señal dada comenzaban a tirar tiros y a dar gritos. Los desdichados negros se asustaban, echaban a correr y los moros los iban cogiendo como conejos.

Cuatro o seis palomas blancas cruzan volando lentamente; al final de la calleja, bañada por el sol, resalta la nota roja de un refajo. Y en el horno cercano comienza el rumor de comadres que entran y salen con sus tableros en la cabeza. Se percibe un grato olor a sabina y romero quemados; una blanca columna de humo surte del tejado terrero; parlan a gritos la hornera y las vecinas.

A todo esto, la hija mayor de la Briffarde, pálida muchachona de unos doce años, estaba repartiendo entre sus hermanos el pan, la carne y unos cuantos coscorrones destinados a reprimir la indiscreta avidez de su apetito, todo esto en medio de un ruido infernal de gritos y llantos. Salgamos me dijo Luciana, sofocada por el hedor de aquella cueva y estremecida de repugnancia.

El capitán, por su parte, en cuanto vió al perro fuera del alcance del palo corrió hacia Flora, la llevó al gabinete de su hija María, llamó á gritos á D.ª Robustiana y mientras ésta llegaba él mismo le lavó la herida.