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Actualizado: 3 de junio de 2025
Un toro colorado se precipitó en la arena y fue saludado por una explosión universal de gritos, de silbidos, de injurios y de elogios.
El humo, el fuego, los gritos, el estrago y el tropel, el polvo que en remolinos levantan los fuertes piés, hacen una zambra horrible en que danza Lucifer, y ni ceden los cristianos ni el moro piensa en ceder, que todos de la victoria buscan el noble laurel.
Los gritos se detuvieron en sus gargantas y el oro ya no volvió a sonar en sus bolsillos. La pobre mujer había dejado detrás de ella como una estela de silencio y de estupor. El primero que se repuso fue el ayuda de cámara, que era lo que se llama un espíritu fuerte. ¡Voto a...! exclamó . He creído ver pasar a la miseria en persona. Me ha estropeado el año.
Cuando el doctor hubo hecho su examen en silencio, se apartó de la abertura. Pasa tu brazo por allí, Adalberto dijo, y procura alcanzar la cerradura. Ella la ha cerrado por dentro. Pero la señora Hellinger, apretándose contra la puerta, suplicó a grandes gritos a «su querido tesoro» que se despertara y abriera ella misma. Al fin, se consiguió apartarla y abrir la puerta.
Don Salvador fijó un momento su atención y repuso: Efectivamente, se oye un gran alboroto en la calle. Los gritos, la algazara, no solamente iban en aumento, sino que parecían acercarse hacia aquel pacífico retiro. Don Salvador descorrió la persiana de una de las ventanas del pabellón, y asomándose, dijo en voz alta: Atanasio.
Su madre, como si los esfuerzos para emparentar con la riqueza hubiesen agotado la fuerza de su carácter, había caído en un marasmo senil rayano en la idiotez, sin más manifestaciones de vida que la permanencia en la iglesia hasta que la despedían cerrando las puertas, y el rosario, continuamente murmurado por los rincones de la casa, huyendo de los gritos y los juegos de sus nietos.
Inmensa multitud se apiñaba en aquellos improvisados sitios de recreo, y oíanse los gritos y vivas con que se celebraba el gran suceso de la Albuera. Aguardamos largo rato. Los amigos de lord Gray y D. Pedro esperaban en la muralla en dos grupos distintos. ¿Se han traído los garrotes? preguntó sigilosamente uno de los de lord Gray.
Ese era su derecho, más aún, su deber. Todo la obligaba a ello, su juramento, el honor, la disciplina. Si la venganza salía ganando, mejor... Sordos murmullos y gritos confusos: ¡Ahí están! ¡Ahí están!
Entraba en la taberna gozándose en atemorizar a los criados con sus amistosos saludos: terribles apretones que hacían crujir los huesos y arrancaban gritos de dolor. Sonreía satisfecho de su fuerza y de que le llamasen «bruto», y se sentaba ante la pitanza, un plato del tamaño de una palangana lleno de carne y patatas, a más de un jarro de vino.
Desde que nos separamos del yate, venía siguiéndonos un enorme tiburón que parecía acechar el momento en que alguien cayese al agua. Es un milagro que no haya intervenido en la pelea... El movimiento de los barcos, los gritos de los canacos y la rapidez de la acción le habrán espantado.
Palabra del Dia
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