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Actualizado: 3 de julio de 2025
Desde el pie de la torre hasta una distancia de cincuenta varas se veía una masa confusa de cuerpos destrozados, de heridos que lanzaban pavorosos gritos, muchos de ellos envueltos por las llamas que consumían sus harapos.
Me aproximé después que el tren hubo partido, á uno de los que acababan de subir al convoy, y á mis preguntas me relató lo ocurrido en los términos siguientes: A la 1 y 20 de esta tarde se encontraban todos los tranquilos habitantes de este pequeño pueblo ocupados en sus habituales tareas, cuando se oyeron gritos por la parte llamada "El Palmar". Nadie al principio creyó lo que momentos después habían de presenciar.
La palidez de la cara con contorsiones, los gritos y la violenta contraccion de los miembros inferiores son en los niños indicaciones de la coloquíntida.
Desgarradores fueron los gritos que en aquella ocasión lanzó donna Olimpia, al considerar que se ahogaban sus más bellas esperanzas. Donna Olimpia tuvo, sin embargo, que callarse, porque el corsario, brutal e iracundo, la amenazó con arrojarla también al mar si no se callaba. De lo que ocurrió al día siguiente ya hemos dado cuenta. Ya sabemos cómo el corsario pagó de una vez todos sus delitos.
Poco despues el vapor Bogotá siguió su marcha, confundiendo los silbidos de su locomotiva con los gritos de despedida, y yo me quedaba en Calamar para emprender una segunda peregrinacion de muy distinto género.
En este instante se oye ruido de espadas en la calle, y las voces de Don Antonio y Don Félix, que pelean, y á la vez los gritos de socorro de Clara, diciendo: «¡Que matan á mi hermano!» Lisardo duda, en el instante, á qué lado inclinarse, puesto que á un tiempo lo llaman su amigo y su amada; pero sale al fin corriendo, y exclama: «¡Antes que todo es mi dama!»
Hombres, mujeres y chiquillos nos seguían con mirada ansiosa, lanzando gritos de satisfacción al ver como nuestra barca, haciendo un último esfuerzo, se adelantaba cada vez más á su perseguidor, llevándole una media hora de ventaja. Hasta el alcalde estaba aquí para servir en lo que fuera bueno.
Los muchachos les salpicaban el rostro con los bastones y se inclinaban de repente sobre un costado para asustarlas, complaciéndose grandemente con sus gritos desesperados. Todo era ruido y algazara en la diminuta escuadrilla.
Un hombre ponia candentes unas varas de hierro, las cogia con la necesaria precaucion, se acercaba de un modo imprevisto á sus criados, y les quemaba las piernas, los brazos ó el cogote. Los criados saltaban, gritaban, hacian gestos, y aquel hombre se distraia tambien con aquellos gestos, con aquellos saltos, con aquellos gritos. Así me recreo yo, podria contestaros aquel hombre.
Al atravesar por medio fueron llamados a gritos de diferentes mesas. Don Melchor era el hombre más popular, el más querido y respetado que entraba en aquel café. Fué necesario acercarse a saludar a unos y a otros, y presentarles a Gonzalo.
Palabra del Dia
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