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Actualizado: 3 de junio de 2025


Los gritos de los combatientes seguían oyéndose por el lado del río; pero a medida que los náufragos se alejaban en dirección contraria, se iban debilitando. A la media hora de marcha apenas se sentían, y poco después se apagaron por completo. ¿Habría terminado la lucha? No podían saberlo, pero su resultado les era indiferente, pues tan enemigos suyos eran los unos como los otros.

Luz, al principio sonrió despreciativamente, pero al sentir las manos callosas sobre el pecho, dio voces, lanzó gritos de angustia; y en su auxilio acudieron tres hombres.

La desesperación del anciano infeliz, que engañaba en el cariño de María las memorias de su esplendor pasado y del poder de su familia, dando espantosos gritos, rasgándose los vestidos y arrancándose la barba, manifestaba su intensísimo dolor, sin acordarse de Muley, que, exánime y bañado en su sangre, se revolcaba a poco trecho de él.

El trapero acogía estos gritos tranquilamente, como un héroe satisfecho de su éxito popular. ¡Mientras gritasen!... Algo peor ocurría cuando los gritos eran acompañados de pedradas y había él de abandonar su saco para perseguir a los agresores. Id a tocarle el... moño a vuestras madres.

Salió ganando la Iglesia, porque los infelices menestrales comenzaron a ver visiones y pidieron confesión a gritos, arrepintiéndose de sus errores con toda el alma. Y nada más: a eso se había reducido la revolución religiosa en Vetusta, como no se cuente a los que comían de carne en Viernes Santo. Don Pompeyo no creía en Dios, pero creía en la Justicia.

El silencio pesa sobre ellos. ¡Y qué silencio!... A lo lejos suena el timbal... El agua muge... Los dos se miran entonces pálidos como la muerte. Y ella se pone a lanzar gritos penetrantes: ¡Jesús! ¡Jesús! Su voz suena en medio de la noche. Con un gemido violento él se oculta el rostro entre las manos. Un sollozo sin lágrimas sacude todo su cuerpo.

Lo creo; tan sosas son. Es que esta pícara raza, que no conoce el valor del tiempo, tampoco conoce el del silencio. No podrá usted meterle en la cabeza a esta gente la idea de que la persona que se pone a pegar gritos cuando yo escribo, o cuando pienso, o cuando duermo, me roba. Es una falta de civilización como otra cualquiera.

»Y, entretanto, el navío nos alejaba para siempre de aquellas queridas playas, pobres, desterrados, , ¡desterrados para siempre!... Esta palabra vibraba en mis oídos con una violencia que ni el ruido de las olas, ni los gritos de los marineros podían ahogar; mientras que a lo lejos y de pie en la costa, Teobaldo agitaba todavía en señal de despedida su pañuelo blanco, que no tardó en desaparecer en la obscuridad.

La reunión acogió con olés y gritos de triunfo esta prueba de gran estómago, en que, al parecer, se hallaba interesada la honra nacional. Estaba oscureciendo. Dentro del cenador la luz era ya muy escasa.

Varias veces instamos al teniente a que saliéramos a dominar a los amotinados, pero él nos contenía, diciendo: No, no; que vean que nos necesitan. Si no, en seguida se volverán a sublevar otra vez. Al quinto día nos sorprendió la agitación que había en cubierta; se oían gritos furiosos, voces iracundas.... Al anochecer, estaba yo de guardia cuando sonaron dos golpes suaves en la puerta.

Palabra del Dia

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